Una novela francesa, "El conde de Montecristo", dio lugar a una serie turca, "Ezel", que tuvo un gran éxito por todo el mundo. Unos años más tarde, un directivo croata de un grupo de televisión americano que tiene cadenas en varios países del Este de Europa decidió hacer una adaptación de esa serie para la cadena rumana Pro TV. La directora de esa cadena es griega y contrató a una productora búlgara y a un consultor alemán para producir el proyecto; y ahí aparecí yo, un director español. Formábamos una "pequeña ONU". Además, la serie se iba a rodar en Sofía, en Bucarest, en la costa del Mar Negro y en Marbella e íbamos a tener un equipo técnico rumano y otro búlgaro y, lógicamente, actores de Rumanía, que era el país que iba a emitir la serie.

En esa mezcla pensaba yo mientras localizaba en los estudios New Boyana de la capital búlgara; allí se han rodado muchas películas americanas, como "Objetivo: Londres", "Los mercenarios", "Mechanic, resurrection" o "La Dalia negra", y yo caminaba admirando los decorados de la Antigua Roma, Nueva York o Londres, que competían en realidad y majestuosidad entre ellos. Necesitaba una cárcel para mi serie; a mi alrededor los idiomas se mezclaban y oía a gente hablar en búlgaro, inglés, rumano o francés, pero todos sabían de qué hablábamos, sabían que teníamos que contar historias, construir personajes y emocionar al espectador; y eso es universal.

La cárcel apareció después de pasar por el impresionante coliseo romano: unas celdas, unos pasillos y la sala de visitas. Lógicamente, faltaban los muebles, el atrezzo, pero todo eso dependía del proyecto, dependía de en qué país estaría esa cárcel, en qué año se rodaría esa historia; todo era susceptible de cambio, todo se adaptaba a la película, a la historia, al director. El interior de la cárcel estaba bien, pero nos faltaba buscar el exterior. Vi fotos de cárceles en Sofía y Bucarest, ambas podían valer, pero había que localizar y decidir qué era mejor por condiciones de rodaje, fechas y condiciones económicas. Levanté la mirada y me di cuenta de que estaba delante del decorado construido para "Objetivo: Londres". Allí Gerard Butler salvaba la vida al presidente de Estados Unidos interpretado por Aaron Eckhart. Explosiones, disparos, granadas... Toda esa acción había sido posible gracias a ese decorado que esperaba allí a la siguiente película, al siguiente director, a los siguientes actores.

El cine es más y más internacional; para ahorrar costes se buscan los decorados que han dejado otras películas, se buscan países que ofrezcan descuentos fiscales, que ayuden a que los rodajes y su riada de dinero acabe en sus ciudades. Así, Sevilla es Naboo en "El despertar de la fuerza" de la saga "La Guerra de las Galaxias"; Islandia acoge a "Juego de tronos"; Nueva Zelanda a "El señor de los anillos"; y Santa Cruz de Tenerife es Atenas y Beirut en "Jason Bourne". Ya no se hace todo en los estudios americanos; el cine se ha vuelto viajero.

Los equipos son internacionales y se habla en inglés, pero también en otros muchos idiomas; equipos de diferentes países se juntan, se entienden, trabajan codo con codo y construyen películas y series para que, en muchos países, con unas palomitas en los cines o en la televisión después de la cena, subtitulada o doblada a decenas de idiomas, la película o la serie sea vista por millones de espectadores. El cine vive de localizaciones impresionantes, de efectos especiales increíbles, de actores famosos y, sobre todo, de buenas historias y de buenos guiones; en la actualidad la mezcla hace que busquemos esas historias universales juntos, que la directora de vestuario búlgara trabaje mano a mano con una directora de vestuario rumana para conseguir el mejor resultado, o que el director de fotografía sea rumano pero todo su equipo sea búlgaro y se entiendan perfectamente. Pero no nos engañemos, no solo el cine junta equipos internacionales: las grandes constructoras, las empresas tecnológicas, las automovilistas y muchas, muchas otras empresas, juntan decenas de nacionalidades dentro de sus sedes. Y digo yo: si podemos juntarnos y llegar a acuerdos para hacer películas, puentes, ordenadores o coches, ¿no deberíamos hacer lo mismo para cosas más importantes? No es tan difícil, solo hay que hablar y querer llegar a acuerdos. Quizás los líderes políticos del mundo podrían venir unos días a los estudios de Sofía y hacer una película entre ellos, juntos. Quizás así aprenderían a trabajar juntos.