Entre el tintineo de las copas y sobre un sordo rumor de fondo, suena una voz grave, serena: "Lo que yo quiero son lectores y no premios".

Quien así se pronuncia no es otro que Ángel Sánchez Rivero (Gáldar, Gran Canaria, 1943), poeta y narrador, ensayista y antropólogo, recientemente galardonado con el Premio Canarias de Literatura.

Alrededor de la mesa de un restaurante ubicado en el corazón de Santa Cruz de Tenerife, bien provista de humeantes cremas de berros, atún a la plancha, costillas de cochino, vino y buenas dosis de humor, este mayúsculo humanista convoca la atención a la manera de los antiguos maestros: desde la voz y la palabra.

Entre sorbos y miradas cómplices va encontrando las pausas precisas para ir enhebrado el relato y refiere así algunas historias, tradiciones populares que hace suyas, como aquella de la novela "Tres zafras" (2009), en la que habla de los niños de las cuarterías "y cómo sus padres los sometían a la prueba de la ceremonia del tránsito", que según dijo consistía en "su inmersión en el agua para que de esta forma perdieran los miedos y se convirtieran en machos".

Esa condición de narrador comprometido lo lleva a retratar, desde la licencia de la ficción, las condiciones feudo-vallasáticas en las que vivían los aparceros del sur de Gran Canaria bajo el yugo del conde de La Vega Grande.

"Uno de aquellos chiquillos, un tal Juanillo, estaba jurgando con un palo y tropezó con lo que parecían los restos de una calavera".

A la vista del hallazgo, el conde de la Vega Grande denunció el hecho ante las autoridades del Museo Canario. "Los arqueólogos comenzaron a trabajar sobre el terreno y exhumaron alrededor de unos 300 cadáveres momificados", comenta Ángel Sánchez, quien precisa cómo algunos tenían la apariencia de un estilo que vino en llamar "Cocoon", en alusión a aquella película de ciencia ficción.

Se trataba de personas preeminentes socialmente, "envueltas en muchas pieles de cabra", continuó, y relata que fue por medio de un arquitecto amigo suyo como fue "testigo del levantamiento de aquella necrópolis".

Entonces se propuso crear en aquel lugar un museo de sitio, pero quiso la casualidad que por ese punto estuviera proyectado el paso de una autovía "y claro", se lamentaba, "aquellos restos humanos terminaron abandonados en un hangar y allí se fueron pudriendo. Como excusa se dijo que eran represaliados de la Guerra Civil"...

A su vera, el poeta Roberto Toledo, responsable de pergeñar el homenaje a su figura que tuvo lugar en el Círculo de Bellas Artes, insiste en que los reconocimientos se deben hacer en vida.

Ángel Sánchez asiente, visiblemente emocionado, y entre suspiros acierta a retomar el hilo de la conversación. "No se ha profundizado sobre el hecho insular", y afirma que esto es así "por una cuestión ontológica, que tiene que ver con el modo de ser, porque no ha habido un pensamiento canario y cuando se ha abordado ha sido de una manera superficial".

Con un verbo cada vez más suelto señala cómo el canario medio "no asume abiertamente su mesticidad intrínseca y piensa en ser blanquito, como cualquier español", renunciando a la evidente mezcla o "mestura" con otros como genoveses, portugueses, flamencos... o incluso palestinos.

"Hay miedo a profundizar; se requieren congresos y seminarios para debatir la canariedad desde la condición insular", sostiene Sánchez, y lo secunda la voz de Cecilia Domínguez: "La poesía representa una reflexión no solo sobre uno mismo, sino en relación con el medio que lo rodea". Momentos antes, ambos deshojaban con los ojos y el corazón el poemario "Flexiones/ Travesía (1979-1985)".

Ciertamente existe una obra que se considera angular en su trayectoria: "Ensayos sobre cultura canaria", publicada por Edirca y que aguarda una reedición.

Ángel Sánchez sostiene que aquella fue la primera vez que un autor se acercó a la realidad del Archipiélago "desde el punto de vista del nacionalismo naciente de los años 70" y acaso por esta razón se considera un "diletante", un personaje capaz de abarcar distintos registros, lo que se denomina una aproximación multidisciplinar.

"Ese libro hizo mella", confiesa el autor, al tiempo que descubre que su intención en este trabajo era la de establecer paralelismos entre la colonización francesa en Argel y la española en Canarias. "Hubo gente que lo calificó como el libro mercante de los años 70 y 80, porque lo consideraban poliédrico; lo cierto es que no dejé campo sin abordar".

Desde su perspectiva, "el nacionalismo supone una dialéctica que debe racionalizarse", subraya, de ahí que en aquel pueblo que califica de ineducado, acunado bajo los preceptos culturales del franquismo, "haya aflorado un sentimiento visceral", escasamente reflexivo, "que se manifestaba en el sarpullido de lo anti-godo", una lectura que provocó muchas ampollas entre el nacionalismo extremo. "Lo que pasa es que yo tenía una mirada ciertamente extraña", admite Ángel Sánchez ya sin ningún tipo de rubor.

Dice manifestarse sentimentalmente en verso y prosa, mientras en los estudios y ensayos se muestra objetivo. Para Cecilia Domínguez, "ese lenguaje suyo en la prosa y en el verso define nuestra seña de identidad como canarios; creo que la reivindicación principal es la de su literatura".

Aquel joven de natural independiente que se especializó en Filología y Antropología en la Universidad de La Laguna, recalaría después en la Universidad de Salamanca y siguió formándose humana e intelectualmente en Grenoble, París-Vincennes o Göttingen, siempre ha mirado la realidad canaria "con distanciamiento".

En octubre del 68 cayó en París, cuando se abría la Facultad del centro Experimental de París. "Se empezaban a utilizar los créditos y transité por la antropología, la lingüística...". Allí conoció a profesores como Tel Quel o Roland Barthes, asistió a cursos con Lévi-Straus, "y desde esa mirada estudié lo canario".

De niño, en el patio de su casa y tijera en mano, practicaba con cartón recortando y pegando letras, como un juego. En los orígenes de la Humanidad alguien abrió un día su mano y la impresionó pintada sobre la pared de piedra.

En el principio también fue la poesía visual.