Nada está quieto, aunque así lo parezca. Nada ha muerto para siempre, más allá de que las medidas del tiempo y del olvido se empeñen en lo contrario.

El TEA muestra hasta septiembre la exposición que bajo el título "Enigmas exactos. Carlos Chevilly y la naturaleza muerta moderna" rescata y reivindica la figura de un artista injustamente orillado, nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1918, ciudad en la que también falleció en 1978.

El comisario, Isidro Hernández, admite que esta exposición ha tenido mucho de "labor de arqueología, de rescate, de búsqueda, rastreo y hasta de azar" pero, sobre todo, supone saldar una deuda con un artista que ha permanecido postergado. La propia condición de Chevilly, su natural distante, también contribuyó a esa suerte de aislamiento.

"Lo que pretendemos es ofrecer una muestra del universo creativo de Carlos Chevilly, centrado en la década de los años 40 y 50, pero alejado de la habitual etiqueta de la antología y arropado en el contexto de lo que se estaba haciendo en esos años en España y otros ámbitos", señala.

Como artista, Chevilly representa una vuelta al orden, a la clasicidad en la pintura, a la perfección del dibujo, a la exactitud y, frente a otros movimientos de vanguardia, su obra manifiesta una forma de modernidad. "La suya es una pintura enigmática que se abre a las sugerencias, al secreto de la vida y de las cosas. Está envuelta en lo cercano, en lo inmediato, lo práctico y doméstico: un frutero, un tenedor, un vaso de agua... Sin embargo, la extrañeza que uno descubre en los objetos de su propia casa, aparentemente inertes pero que cobran vida propia, la presenta este artista desde la rareza de lo cotidiano", señala Isidro Hernández.

Bernardo destaca de su padre los rasgos de una personalidad singular, la de un personaje independiente. De él dice el escritor Fernando G. Delgado que "bebía aparte". Era un "raro", un creador en soledad, celoso de la intimidad de su persona y de su estudio. Coetáneo y amigo de "gaceteros" como Domingo Pérez Minik, Eduardo Westerdhal o Pedro García Cabrera y asiduo de la peña del Café El Águila contaba sus amigos con los dedos de una mano.

Este docente influye en artistas de los 90, de estética y presupuestos diferentes, como el caso de Julio Blancas, quien manifiesta su admiración hacia Chevilly. "En el fondo existe respeto hacia un artista secreto que representa un paradigma y un referente del buen oficio y del saber hacer", subraya Isidro Hernández.

"Las señoras y señoritas de la época le pedían retratos y él respondía. ¿Lo quieres de estilo Verónica?", descubre su hijo Bernardo. Y ese concepto del retrato es el mismo que aplicaba con los bodegones, aislando y tratando las vestiduras como paños.

"Hacía arte figurativo en un tiempo en el que las vanguardias se asociaban a lo moderno y lo dominaban todo", señala con nostalgia su hijo.

Chevilly vendía bodegones y la gente los colgaba en el comedor de sus casas, pero sin llegar a apreciar la profundidad de aquellas obras. "En el fondo tenía conciencia de que hacía algo distinto", sostiene Bernardo.

Al comisario, Isidro Hernández, le ha sorprendido que el 80% de las obras que figuran en esta exposición sean inéditas. A propósito recuerda una cita de Enrique Lite: "Todos pensamos que Chevilly pinta poco, pero nunca ha parado". Lo cierto es que "todavía hoy nos siguen apareciendo piezas interesantes y eso sin llegar a meternos de lleno en los años 60 y 70", destaca.

En esta exposición se incorporan retratos de Pedro de Guezala y también de Mariano de Cossío, su maestro, en los que se puede advertir "esa mirada velazquiana que se proyecta a través del lienzo, reivindicando el oficio de pintor", además de piezas de la colección del TEA como los fondos Coft y de Los Bragales, en la idea de dotar el discurso expositivo con la presencia de unos "autores que están en ese mismo afán metafísico".

De fondo palpita la vigencia de la técnica de los maestros clásicos españoles, a los que de alguna manera Chevilly consigue darles la vuelta y crear un ambiente sórdido y extraño.

Otro aspecto interesante viene dado por el trabajo de restauración de unas obras que llevaban toda una vida en domicilios particulares. Había mucho que limpiar y que alumbrar.