n amigo me preguntó cuántos días de rodaje tenía por delante. Cuando le contesté que ciento veinte me pidió una foto: ¨Vas a desaparecer de la tierra¨, me dijo, y yo sabía que mi amigo tenía toda la razón.

Los rodajes son como un pequeño agujero negro. Durante la preproducción lo vas bordeando; hay muchas cosas que hacer, pero todo depende de algo; no tenemos cerrado el plan de rodaje porque nos faltan por decidir localizaciones, las fotos de atrezo que hay que hacer no se pueden hacer porque nos falta un actor; y estaría muy bien ensayar en la casa que tenemos cerrada como casa del protagonista, pero el contrato solo nos da tres días de montaje, así que no se puede entrar sin pagar más. Como en un puzle, el colocar una pieza te orienta para colocar la siguiente y esa pieza de cielo con una pequeña porción de nube solo tienes claro dónde ponerla cuando has puesto la anterior; así se va conformando la preproducción: haces muchas cosas, claro, ensayas, compruebas guiones, localizas, hay pruebas de vestuario y maquillaje, se eligen atrezo y decoración, pero aún tienes algo de tiempo, para pensar, para dar un paseo o hacer algo de deporte; te acercas al agujero negro y vuelves a alejarte como un cometa en su órbita alrededor del Sol; te acercas y te alejas del agujero negro del rodaje, por ahora lo vas sorteando, pero sabes que está ahí y que tu destino es acabar dentro de él.

n día suena el despertador (suele ser muy temprano) y, después de despertarte, tomarte el café y darte la ducha matutina, entras en un coche que va a llevarte al rodaje. Tienes nervios, ilusión, muchas ganas, muchas dudas, un poco de sueño y una única certeza: las siguientes semanas de tu vida van a consistir en rodar, rodar, rodar, comer lo que te den en rodaje, preparar por las noches el rodaje del día siguiente, cenar lo que haya en casa (si es que hay algo y tienes la energía para prepararlo) y, el tiempo restante (si queda), dormir.

Pero cuando queda una semana para el inicio del rodaje aún hay tiempo y haces cosas que el resto de la gente no entendería: vas al banco a hacer unas gestiones que ya no podrás hacer en meses, llevas el coche al taller, compras ropa porque sabes que las noches de rodaje son frías y te falta alguna prenda y piensas si te duele alguna muela porque, si hay que ir al dentista, es ahora o nunca. Hace muchos años rodaba "Médico de familia" y me corté con un cuchillo. Después de la cura y de los puntos, el médico me dijo cuándo debía quitarme los puntos. Yo pensé que iba a tener problemas: el lunes siguiente empezábamos una maratón de rodajes y durante dos semanas no iba a parar. El caso es que pasaron los días, nosotros rodábamos el accidente de Marcial en un terraplén cerca de la M-40, teníamos tres ambulancias, todas de atrezo, Emilio Aragón era nuestro ¨Médico de Familia" y yo seguía con mis puntos sin quitar y sin tiempo de ir al médico. Recuerdo que tuve una reunión de cinco minutos con dirección y producción y les dije que necesitaba quitarme los puntos, que en la hora de la comida me pusieran un coche y que me organizaran algo. na hora después, Marcial, agonizante, se despedía de sus seres queridos y un señor con gafas y aire despistado llegó al rodaje guiado por la ayudante de dirección y me señaló. Yo explicaba a los actores y al equipo la importancia del momento, el señor de gafas me miraba curioso, como cuando un niño llega al zoo y ve al oso hormiguero. Acabé la explicación y Eva, la ayudante de dirección, con un gesto, dio vía libre al señor de gafas que, en ese momento, de repente, tenía otra actitud. Se acercó a mí decidido, como con una misión. El director de foto, detrás de mí, movía focos y cámaras, maquillaje retocaba la sangre de Marcial y el señor de gafas se plantó delante de mí: ¨¿En que mano?¨. Yo dudé y miré a Eva: "Es el médico para los puntos". Levanté la mano izquierda. Allí, en el dedo pulgar, estaban los, de repente, puntos protagonistas. Los inspeccionó, me comentó que los puntos estaban muy secos (cosa que yo ya sabía) y debían haberse quitado hacía días. Rebuscó en su maletín y allí, mientras a Marcial le añadían más sangre de maquillaje, ante las miradas divertidas de Emilio Aragón, Lydia Bosch y el resto del equipo, el señor de gafas, con una profesionalidad intachable y ajeno al entorno, me quitó uno a uno los puntos, guardó el instrumental en el maletín y se despidió; dudó por un segundo y volvió, cuchicheó algo con la ayudante de dirección, que le sonrió aceptando la petición. Dos minutos después, en un ambiente de fiesta y alrededor de Marcial ensangrentado, se hizo una foto con todo el equipo y volvió a subir por el terraplén con una historia que contar cuando llegara a su casa.

Yo pensaba en mis muelas y no recordaba ningún dolor digno de mención. El coche ya había salido del taller y estaba listo para aguantar el rodaje. Pensé en qué otras cosas tenía que hacer y recordé que la nevera estaba vacía. Iba a rodar durante semanas y semanas, así que hice una lista de la compra como para un refugio atómico. Los rodajes son muy complejos: cámaras, efectos especiales, grúas, decenas de actores, permisos de rodaje en sitios insospechados, extras, millones de euros en equipos, centenares de informes; pero preparar un rodaje también consiste en cosas tan simples y sencillas como ir a la compra. Recopilé bolsas por casa y allá me fui.