Si acabas de despertar de un largo y cálido sueño de verano, quizá no sepas qué es el Floss Dance ni el Fortnite (y quizá sea mejor así). A mi alrededor, una pandilla desordenada de millenials posa y finge en sus dispositivos inteligentes una realidad virtual que luego colgarán en sus redes sociales. Mostrarán al mundo que sus vacaciones son la monda lironda. De hecho, la práctica (sombra aquí y sombra allí, maquíllate, maquíllate) producirá el trampeo social. En el breve espacio de espera, observo jocoso el guirigay montado en el gobierno de Aguere. Siento deseos de hackear el dispositivo móvil de algún concejal (especialmente Zebenzui) para enterarme, a través de los Whatsapp, de lo que realmente se trama. Pero, Mat, vayamos al grano. Tengo a mi potencial cliente sentado justo enfrente (llamémoslo Míster X, para salvaguardar su identidad). La cita era en la alameda del Duque, en un espacio acotado donde un día estuvo la mítica cafetería Los Paragüitas. Allí habían colocado recientemente media docena de mesas con tableros de ajedrez impresos (las piezas te las traes tú de casa). Una manera original de tener un encuentro. El ajedrez sirve, como pocas cosas en este mundo, para distraer y olvidar momentáneamente las preocupaciones. Las fichas empezaron a posicionarse. Después de intercambiar y eliminar cierta hojarasca del tablero, se decidió a exponerme el motivo del encuentro: necesitaba protección. Había decidido pasar de su activismo a un compromiso político. Lideraría una candidatura política en mayo, y me hizo una oferta para que me encargara de su seguridad personal.

Mientras pienso en la amenaza de sus álfiles, compruebo cómo nuestra existencia se ha convertido en un usar y tirar. Ese parece el lema del siglo XXI. Tanto en lo personal como en lo material. Me rodea un código de eufemismos que no hace que cambie mi dialéctica: la basura sigue siendo basura aunque te pongan contenedores de colores y la llamen residuos sólidos urbanos. La crisis nos abrió los ojos alertándonos de la obsolescencia programada. Un coche está diseñado para una vida útil de una década. Antes un vehículo duraba una vida, ahora no te hagas ilusiones. Esto indirectamente debería (aunque no lo hace) reventar el mercado de segunda ocasión salvo que te compres un coche de la Gran Guerra que hubiera estado en los frentes de Somme o Verdún. Y el concepto es trasladable al matrimonio, en el que un trienio no asegura que sea un mérito para opositar en la siguiente relación.

Mi potencial cliente era un tipo joven que respetaba a los mayores. Esos que aprobaron sus estudios sin Google ni Wikipedia. Chavales, entre los que me incluyo, refugiados en los veintiocho tomos de la Larousse. Además comprobé que jugaba al ajedrez. Yo jugaba, aunque el tiempo verbal es irrelevante. Continúan siendo treinta y dos piezas móviles colocadas sobre un tablero dividido en sesenta y cuatro casillas. En mi época (siglo pasado) llegué a rozar los 2.000 puntos de Elo. Míster X rozaba los 2.400 que le otorgaban el rango de maestro Fide. Yo, como seguidor del juego de Bobby Fisher, opinaba que en el ajedrez había dos tipos de jugadores: los buenos y los duros. Yo era de los duros. Los movimientos comenzaron a sucederse por inercia hasta llegar al medio juego. Justo donde se deciden gran parte de las partidas. Se avecinaba un choque frontal de piezas siendo crucial la gestión del sentido posicional, la visión táctica y la capacidad para calcular variantes.

Al tiempo que me centraba en el tablero, Míster X me enumeró las dificultades con las que se encontraría en su campaña. Una nueva era con nuevas marcas, atisbos ideológicos y rejuvenecimiento de los líderes políticos. Aquel tipo tenía tanta dinamita para los pollos que podría reventar, antes de que Santa Claus llegara a la ciudad, la campaña de la próxima primavera. Temía que no lo dejarían. Afortunadamente, me confesó que no iba a la escuela de idiomas en el turno de noche, con lo que se reducía el porcentaje del riesgo de que sicarios lo acribillaran a la salida. Dos chavales se pusieron a nuestra derecha con escandalosos auriculares que permitirían que (afortunadamente) no se escuchara nada de lo que oían. Aunque se intuía la obertura de los Walking Dead y sus extraños movimientos de brazos, miradas planas y gestos vacíos. Yo en lo concerniente a los caminantes me quedé en el Johnnie Walker, etiqueta negra. Los chavales movían la cadera en dirección contraria de unos brazos estirados y con unos puños cerrados que balanceaban compulsivamente como si fueran un péndulo. Ignoro si alguno sabía quién fue León Foucault, aunque también los movimientos del Floss Dance tenían su efecto aparente y no real, inercial, tridimensional y asimétrico. En mi mente se reproducía el Thriller de Michael Jackson que dejaba ver a las niñas asesinas, Santamaría y Cospedal, iluminadas por el resplandor de Casado. Tarareo: "Empiezas a congelarte mientras ves el horror entre los ojos. Estás paralizada. Porque esto es miedo (dice Monedero, Echenique o Montero), una noche de terror. Y nadie te va a salvar de la bestia. Sabes que es miedo. Noche de horror?"

Compruebo con mis propios ojos que el viral Floss Dance se propaga. Mi hipotético cliente me preguntó si sabía de dónde venía el baile. Negué, aunque conocía su origen, y él me explicó (sabiendo que yo lo sabía) la relación de la danza con el juego del Fortnite?. Tiros se escuchan de fondo. Provienen del fortín nocturno. Cien jugadores y un espacio cada vez más pequeño hasta que solo quede uno en pie... De nuevo el Thriller: "Es cerca de la medianoche y la maldad acecha en la oscuridad. Bajo la luz de la luna tienes una visión que paraliza tu corazón. Intentas gritar, pero el terror atrapa el sonido antes de que lo hagas. Empiezas a congelarte mientras ves el horror entre los ojos de una chica, llamada Susana Díaz, que espera el tren en la estación de Santa Justa. Está paralizada. Porque esto es miedo, noche de terror. Y nadie te salvará de la bestia que golpea al ritmo del Floos Dance mientras la chica del tren se somete a Pedro, come back and stay, Sánchez". Continúo moviendo fichas, Míster X sigue enumerando sus preocupaciones y pretensiones. Me imagino a Serrano y a Rodríguez Zaragoza intentando convencer a Abramovich para poder fichar a Thibaut Courtois aprovechando que está en la isla. Será una manera de reeditar, décadas después, el follón del fichaje de Mista y servirá a Concepción para continuar sus fichajes galácticos después de Mal, rematadamente mal, Basic y el reto de caras exóticas que incluyen a un tanzano, un hondureño, un japonés, a falta de un testigo de Jehová, un monje tibetano y dos centrales zulús.

Míster X decide que los álfiles son una pieza menor. Coincide conmigo en que su movimiento tiene la debilidad de quedar limitado al color del escaque en el que inicia la partida. En la apertura, desempeñan funciones de defensa de los peones y para controlar las casillas centrales. En el medio juego y el final, al que nos acercábamos, su valor aumenta al volverse las posiciones más abiertas. En el entorno ya hay una docena de chavalas y chavales. Todos replicantes de la versión 2.0 del Thriller, cruzando brazos por delante y por detrás de la cintura, en aquella adictiva danza sin control. Me explica la relación entre el Floss Dance y el Fortnite y que el bailecito se utiliza para celebrar comportamientos violentos e intimidar. La danza comienza al abatir a un enemigo (educación para la ciudadanía). En medio de su explicación desliza su crítica a la "Comisión de la Verdad" y el movimiento desde Waterloo del iluminado, la Crida Nacional Per la República, que devora todo a su paso encaminándose a un Mando Único, y ya sabemos cómo terminan esos Movimientos. ¡Oh, no! ¿En Waterloo Napoleón se rindió? ¡Oh, sí! La batalla tuvo lugar un siglo después del origen de la celebrada Diada. A aquella población belga, el gobierno enviaría, una vez exhumado, al fantasma del Generalísimo Franco. Ni Napoleón, ni el duque de Wellington, ni las tropas francesas, británicas, holandesas, alemanas o prusianas vencerían al espíritu del Caudillo.

Supongo que el Floos Dance y el Fortnite, con su estética cartoon y sus semiautomáticas mejoradas (¡a dónde van a parar los CETME!), serán efímeros, sic transit gloria mundi. La agenda de Míster X nos llama a cerrar la partida y el acuerdo. Mi abuelo solía decirme que un buen jugador siempre tenía suerte. Nunca es suficiente ser un buen jugador, además se debe jugar bien y los errores de finales de partida no tienen solución. Míster X sabía detectar un buen puñado de jugadas y alejar el peligro antes de que este surgiera. Sin embargo, nunca contempló que yo no me jugaba nada y podía asumir riesgos. Mi lema seguía funcionando: jugar una partida de ajedrez es pensar, elaborar planes y tener una pizca de fantasía. Me miró, sonrió y dejó caer su Rey. Luego me estrechó con firmeza su mano y me reveló una certeza:

-¿Sabe por qué me ha ganado, señor Fernández? Porque un mal comienzo, como el plan que usted puso en funcionamiento, siempre es mejor que no tener ningún plan. ¿Me concede la revancha?

Acepté a mi manera. Le dejé ganar su verdadera partida, que consistía básicamente en que yo aceptara el trabajo de protección. En lo relativo al ajedrez, no estaba dispuesto a darle la oportunidad de ganarme en aquel tablero. Especialmente porque me había dejado ganar para conseguir su objetivo.