Caminar por las tropicales calles de Cartagena de Indias, junto al vibrante puerto caribeño en la costa norte de Colombia, es sentirse dentro de una novela de Gabriel García Márquez.

El centro amurallado del siglo XVI, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, donde el ejército del vasco Blas de Lezo ganó a la temida armada británica, está repleto de edificios coloniales españoles de colores alegres, y sus balcones de madera, muy parecidos a los canarios, estallan llenos de cascadas de buganvillas en colores violetas, rosas y rojos.

Los antiguos conventos, hoy convertidos en hoteles, como el Santa Teresa o el maravilloso Santa Clara, dejan entrever desde sus imponentes puertas de madera o verjas de hierro unos patios espectaculares y frondosos. La ciudad entera, si uno se adentra en ella y la observa de cerca sin prejuicios, alberga en su seno tantos tesoros que es imposible ignorar.

Y es que esta ciudad tiene la más mágica elegancia colonial de todo el Caribe y está viviendo ahora, quizá, el momento más dulce de su historia. Durante décadas, la ciudad languideció como el resto de Colombia. Los violentos conflictos entre los narcotraficantes y las guerrillas alejaron durante muchos años a los turistas que ahora han vuelto. Ya no da miedo pasear por sus calles y se puede uno adentrar sin problema hasta lo más profundo del barrio de Getsemaní. Y a medida que la paz y la prosperidad se afianzan en este país, cada día se nota más, casi se palpa, cómo florecen sus calles, su cultura y su alegría de vivir. Y si la ciudad vista desde fuera ya es mágica por sí misma, cuando entras en algunos de los patios (muy del estilo lagunero) de las casonas tradicionales del centro, sueñas con hacer realidad algo así en tu casa y en tu isla. Y una vez más constatas la importancia de la vegetación y te apenas por las oportunidades perdidas en Canarias, en ese sentido, todos los días.

En medio de esa sensación de misterio y romance colonial, visité hace unos días una de las casas más mágicas que he visto en mi vida. Un lugar secreto que no logro encontrar en internet y que solo unos cuantos privilegiados tienen la suerte de haber habitado en algún momento. Suficiente una breve visita para que uno refuerce su opinión sobre la importancia de los árboles y la naturaleza en cualquier lugar.

Al entrar te recibe un cálido y maravilloso jardín, iluminado por el sol, y silencioso salvo por los cantos de los pájaros. Esa es realmente la casa y su valor: el jardín. Lo que más sorprende desde el primer instante es la gran arboleda interior, sinuosa, de diferentes verdes que perezosamente han invadido todas las paredes de manera tan bella que deja sin respiración al visitante. Y allí avanzando entre palmeras y helechos, orquídeas, además de múltiples y rarísimas plantas americanas y caribeñas, que solo un especialista sería capaz de identificar, pequeños senderos que llevan a la cocina, o a la sala, o a la piscina con su pared, verde vertical completamente natural, o a las habitaciones, rodeadas también de naturaleza, desde la ducha hasta la cama, sientes cómo inmediatamente aumenta la capacidad de reflexionar y ser libre. Dar un paseo o simplemente sentarse a mirar es el lujo en estado puro.

Entre el aire caliente de la ciudad, pero ventilado a la vez por las plantas, con la humedad propia del Caribe uno siente el exclusivo deseo de permanecer allí, así, mucho tiempo, simplemente observando. Uno de los lugares más románticos del mundo. Ni en Venecia, el gran y maravilloso palacio Fortuny tiene un encanto tan especial. Delimitada a lo largo de todo su perímetro por tapias que impiden verla desde el exterior, con una fachada blanca que no hace presagiar la belleza del interior, sino que la oculta y la protege, esta casa que descubrí en Cartagena es un lugar donde por un instante uno puede ser completamente feliz.

En realidad, este artículo debería llamarse "un jardín con casa".