Alfred Hitchcock era muy claro: rodar con animales y con niños era una complicación extra en el muy complicado mundo de los rodajes. Él, en cualquier caso, no cumplía sus normas y uno de sus mayores éxitos fue la película "Los pájaros". En una época en la que no existían los efectos especiales, se atrevió a contar cómo unos furiosos y agresivos pájaros atacaban a todo aquello que se moviera; resultado, una obra maestra.

El domingo pasado fui a un estreno en el que el maestro del suspense, probablemente, se habría quedado perplejo. En la sala se iba a proyectar un cortometraje interpretado por niños y en cuyo inicio un gato era el protagonista. Alfred Hitchcock habría pensado que los intrépidos cineastas jugaban con fuego y desatendían sus consejos. Lo que ya le habría acabado de sorprender habría sido saber que ese cortometraje lo habían escrito, dirigido y realizado un grupo de niños. El círculo se cerraba: niños rodando con niños y con animales. ¿Puede haber algo más complicado?

El cortometraje fue ameno, gracioso y, lo más importante, contaba una historia, presentaba un conflicto, lo desarrollaba y, con una sorpresa final, cerraba la trama. Al igual que la escritura o la lectura, el cine es un lenguaje que se aprende. Muchas veces nos encontramos a gente que vive en el extranjero y nos cuenta que entiende el idioma de ese país, pero no lo sabe escribir o, al revés, que lo puede leer, pero no lo puede hablar. En el cine casi todo el mundo puede "leer" una película. La gente, como espectadora, entiende los códigos, entiende cómo se cuenta una película, entiende los saltos temporales, siente la diferencia entre un plano corto y uno general y, en definitiva, entiende el mensaje, entiende la historia. Pero poca gente puede coger un guion y trasladar esas frases, esos textos a imágenes, poca gente conoce la gramática del lenguaje del cine, su ortografía, cómo traducir esas frases del guion a imágenes y cómo hacerlo para que, después, unidas esas imágenes unas detrás de otras tengan sentido y se cuente la historia.

Los niños que realizaron el cortometraje básicamente jugaron, pero, aunque ellos no lo sepan, aprendieron algo de otro idioma, del idioma del cine. En su cortometraje la historia y los planos avanzan, la historia que escribieron en papel ahora aparecía proyectada en una gran pantalla y el gato que no les hacía caso en rodaje y saltaba en el sentido equivocado para desesperación de todos ellos, aparecía ahora en la pantalla haciendo su papel como el actor más concienzudo por arte y magia del montaje. La apertura de la puerta que daba acceso al oscuro desván parecía anodina y sin importancia y ahora, merced a la música y al chirriar de bisagras puesto en la postproducción, aparece como un momento importante en la película y llena de suspense la sala.

Los niños, al acabar la proyección y después de haber pasado los nervios propios de cualquier estreno, nos contaban los problemas del rodaje, lo cansado de rodar tantas horas con la presión de quizás no poder acabar todo lo que tenían que rodar; o cómo el gato que tenía que salir en el plano final se escapó y hubo que improvisar un final sin gato (Hitchcock, desde donde esté, sonreirá al leer esto) y mil cosas más, pero todos coincidían en que querían rodar más, esto es, hacer más cine, contar más historias; el debate giraba en torno a cuál sería el género del siguiente corto: comedia, acción, suspense? Cada cual aportaba sus ideas y pensaba en una u otra trama y todos podían hacerlo porque, aunque fuera de manera muy superficial, además de "leer" las películas habían aprendido a escribir en imágenes, a contar una historia con planos.

El cine tiene la magia de un lenguaje oculto, un lenguaje tan poderoso que nos estremece, emociona, asusta, que nos hace viajar o llorar y todo con una imagen, en un segundo, un lenguaje que va directo al cerebro, al corazón del espectador. Esto que estoy diciendo no es nada nuevo, la sabiduría popular ya lo acuñó hace mucho en forma de refrán: "Una imagen vale más que mil palabras". Estos niños, con su cortometraje, ya han empezado a ser capaces de escribir en la forma más poderosa de comunicación que existe: con imágenes; y creo que si en el colegio nos enseñan a escribir y a leer con palabras también podrían dedicar algo de tiempo a enseñar a escribir con imágenes. Esto haría que los niños tuvieran a su disposición un nuevo lenguaje, una nueva herramienta para poder contar y expresar lo que sienten, para poder expresarse en un medio diferente y, sobre todo, universal; las imágenes son las mismas en todo el mundo y ahí no hay que traducir nada, solo hace falta tener algo que contar. Y los niños suelen tener muchísimas cosas que contar.