Este no es su primer desembarco en Fimucité -en el año 2015 dirigió la Orquesta Sinfónica de Tenerife en un concierto que se anunció como "The French Connection"-, pero los que asistieron el pasado viernes al teatro Leal de La Laguna salieron encantados con el programa de piano -en algunas fases del recital estuvo acompañado por la voz de Kimiko Ono- que planificó alrededor de "Tócala otra vez, Jean-Michel". "Hay algunas músicas en el cine actual que me dejan dormido en la butaca. No voy a dar nombres, pero escucho cosas muy aburridas", critica un profesional que acumula más de dos décadas y media de experiencias y que ha liderado los contenidos musicales de más de una quincena de películas.

¿Qué sensaciones le transmite su vuelta a Fimucité?

Muy buenas, además de encontrarme con unos "viejos" amigos como Diego, Pedro y Ana, tengo que decir el festival sigue estando en una posición de privilegio a nivel mundial, casi en el mismo plano que el Festival de Música de Cine de Cracovia. La pena es que no he podido participar en el Mundial de Baloncesto.

¿Le gusta el baloncesto?

No mucho, pero en el golf no me defiendo mal...

¿Cree que este festival todavía tiene margen de mejora?

Lo tiene no solo por la apuesta que realiza a través de grandes conciertos, sino por la visión pedagógica que hay en torno a las "masterclass" en las que pueden participar muchos jóvenes. Para los compositores también es decisivo el intercambio de información que se crea en torno a un microcosmos que nos permite contrastar conocimientos que son fundamentales para entender cómo se mueve en la actualidad la música escrita para la industria del cine.

El público que acudió al Leal salió encandilado con "Tócala, otra vez Jean-Michel". ¿Cómo nació ese proyecto?

Es una adaptación de un concierto que interpreté en el Krakow de Cracovia, pero con varias piezas nuevas, como por ejemplo el tema de "Casablanca". La idea de Diego Navarro de llamarlo así me pareció divertida, porque ahora hay más gente que me conoce por mi nombre, Jean-Michel, y no solo mi apellido.

El piano es un instrumento que está en las capas más superficiales de una banda sonora, ¿pero qué importancia le otorga usted a la hora de planificar una composición específicamente creada para el séptimo arte?

Yo nací con un piano debajo del brazo, pero a los dos años mis padres no iban a enviarme al conservatorio. Eso vino mucho después. Un piano es melódico y aporta una base muy potente en la percusión. Es como una pequeña orquesta. En realidad, muchas bandas sonoras que tienen una gran orquestación -pone como ejemplo el caso de "Star Trek"- se pueden desarrollar con un piano. Su ventaja es que puedes crear con diez dedos y eso acelera los tiempos de composición. Con la flauta solo puedes usar un dedo y, lógicamente, todo es un poco más lento. Esto es un chiste. Malo, pero un chiste.

¿Cree que su sonido está amenazado por las nuevas tecnologías?

Cuando yo empecé a componer estaba realmente entusiasmado por la posibilidad de contar con esos avances a la hora de hacer música. Soy un pianista de la vieja escuela, pero eso no significa que me cierre a mundos que pueden sumar. Esto lo he hablado muchas veces con mi amigo Lalo Schifrin y los dos estamos de acuerdo en el hecho de que lo único que hace diferente a un creador es su posible capacidad de inspiración. El arte llama al arte y cuando se unen elementos que se pueden complementar las posibilidades de que aumenten los niveles de calidad son reales. No soy un enemigo de las tecnologías, pero la magia de un piano no está en la informática. No me preocupa que lo nuevo desplace a los instrumentos más clásicos porque hay aspectos técnicos que no puede reproducir la electrónica. En las notas iniciales están todas las claves de una composición y esas siempre hay que descubrirlas con un instrumento.

Europa ha recuperado en los últimos años parte del protagonismo que tuvo en el pasado dentro del desarrollo de proyectos musicales para el séptimo arte. ¿Está más equilibrado ahora el pulso entre Estados Unidos y el viejo continente?

Hollywood siempre ha mirado a Europa con respeto. En los años 20 buscaron aquí, sobre todo en zonas concretas de Europa del Este, a compositores que les ofrecieran algo nuevo. Para ellos, esa es la clave: hallar lo desconocido, lo que no tienen allí. Así estuvieron mucho tiempo. Esa estrategia la volvieron a repetir en los años 60 con profesionales del nivel de Maurice Jarre (1924-2009).

Pero esas opciones quedaron casi anuladas cuando se apostó por un sonido más comercial, ¿no?

Cierto. Eso ocurrió en cuanto aparecieron los filmes de "Star Wars". La música orquestal creció hasta alcanzar unos parámetros bastante altos y, encima, coincidió con la presencia de John Williams (1932). Eso propició que durante años no se buscara nada en el exterior. Lo que ocurre es que en la actualidad se ha creado una nueva oportunidad en torno a un mercado que ahora está dominado por Amazon, HBO o Netflix. Esas plataformas buscan dar contenidos nuevos a sus clientes y la competencia les obliga a buscar líneas de trabajo que han vuelto a recolocarse en el viejo continente. Al margen del peso que tenga un continente u otro, lo que sí percibo es que la industria del cine cada vez le da menos importancia a la banda sonora. Ahora hay un interés mucho mayor por resaltar otros aspectos de una película.

¿Eso es como si la música fuera por un lado y el filme por otro?

Si usted escucha las partituras que Jerry Goldsmith creó hace tres décadas percibirá que la música caza a la perfección con todo el desarrollo narrativo de una película, pero si hace desaparecer las imágenes y solo quedan las composiciones, esas mismas piezas pueden tener una vida propia. Eso es algo que hoy es difícil de ver y, sobre todo, de oír... En un porcentaje alto de los festivales a los que suelo acudir me encuentro que muchas bandas sonoras carecen de la personalidad necesaria para sonar por separado. Evidentemente, cuando te encuentras algo así el interés por lo que estás presenciando baja.

¿Hasta qué punto puede llegar a perder el interés?

Hay algunas músicas en el cine actual que me dejan dormido en la butaca. No voy a dar nombres, pero escucho cosas muy aburridas. Lo que no voy a hacer es generar un debate sobre si las creaciones de ahora son mejor o peor que las de antes, pero sí tengo criterio para determinar si estoy disfrutando un instante o no. Con estas palabras no estoy desprestigiando a los profesionales actuales. Por fortuna, hay gente que hace cosas increíbles.

¿Ahí existe una crítica velada a los nuevos compositores?

No es una crítica, pero es importante saber de dónde venimos y cuáles son las raíces musicales de las que se ha nutrido la industria del cine. Olvidar el pasado puede crear muchos problemas a la hora dar forma al presente y pensar el futuro. Este es un mundo que exige que te retroalimentes de los sonidos como el jazz o el soul. Casi tan valioso es calibrar el peso que tienen las nuevas tecnologías como analizar lo que ya ocurrió. La inspiración es algo que no entiende de espacios temporales porque es algo que está en el interior de un creador. Al final, lo de menos es si lo que vas a mostrar al público surgió anoche, hace una semana o tres meses. Para mí es determinante el hecho de que cuando me enfrento a una obra por primera vez escuche algo que no esperaba oír. Esa capacidad de sorpresa es tremendamente estimulante.

¿Cómo empieza todo; de dónde nace el primer impulso?

De la soledad (silencio). Cuando trabajo en la música de una película lo que busco básicamente es asumir riesgos. La capacidad para ir en busca de lo desconocido nunca me genera miedo. Dar ese paso al frente es una buena solución para encontrar nuevos caminos.