Un papiro sobre una huelga de trabajadores hartos de pasar hambre o los panes momificados hallados en una tumba son varias de las piezas con las que el Museo Egipcio de Turín evoca la alimentación en la vida y en la muerte en época faraónica.

Dos itinerarios temporales, propuestos con ocasión del Salón del Gusto organizado hace unos días en la ciudad italiana, pretenden acercar a los visitantes la cultura alimentaria del Antiguo Egipto y la importancia que entonces tuvieron los aromas y esencias naturales para la salud y el bienestar.

"Hemos tenido la oportunidad de recuperar instrumentos utilizados para la producción y la conservación de la comida, representaciones en papiro de esos mismos objetos y sustancias empleadas con esa finalidad", comenta la responsable de las visitas didácticas del museo, Sasca Malabaila.

Un elemento que liga ambos recorridos es el conocido como el "papiro de la huelga", el testimonio más antiguo que se conoce de ese tipo de acción en el Egipto de los faraones.

Fue un escriba quien redactó con precisión en un texto administrativo cómo los artesanos y empleados suspendieron sus labores en la construcción de las tumbas reales durante el reinado de Ramsés III (1186-1155 a.C.) por el retraso en el pago de sus salarios.

Se quejaban del riesgo de morir de hambre y sed, pues en su dieta faltaban carne, pescado y verduras, además de carecer del lino y los ungüentos necesarios para protegerse del sol y del viento del desierto.

Para Malabaila, conocer ese "espejo de la realidad" cambia la perspectiva con la que se habla de la esclavitud en el mundo faraónico, "seguramente de una dimensión diferente" a la actual.

La alimentación, que para unos era cuestión de supervivencia, para otros era símbolo de riqueza.

"La diferencia estaba en tener buenas condiciones de vida para poder garantizarse una alimentación más completa y variada, mientras quien estaba en el nivel más bajo tenía que lidiar con la pobreza, también en cuanto a la disponibilidad de alimentos", destaca la especialista.

Algunos retazos de esa vida cotidiana, como la que llevaban los habitantes de la aldea de Deir al Medina, en la orilla occidental del Nilo frente a la antigua Tebas (sur), han acabado en el museo de Turín, fundado en 1824 y con una de las mejores colecciones de antigüedades egipcias.

Tras las vitrinas sobresalen sandalias, mecheros, cerámicas y objetos propios de esa comunidad de artistas y altos funcionarios, que aportaron valiosa información a los investigadores.

Continuamente aparece representada la flor de loto, materia ornamental y de esencias perfumadas, además de símbolo de renovación que las figuras dibujadas se acercan a la nariz para "aspirar a la vida eterna", asegura Malabaila.

Con tal esperanza, la tumba del arquitecto Kha y su esposa Merit, que vivieron hace unos 3.400 años, contiene en sus pinturas algunos de los mismos elementos que aparecieron intactos en su ajuar, descubierto por el egiptólogo italiano Ernesto Schiaparelli en 1906.

Una rareza, según la responsable, ver en el mismo sitio lo que se hacía de verdad y lo que era simbólico, gracias a que se libró del saqueo.

En las paredes se muestra a la pareja ofreciendo a Osiris, rey de los muertos, un plato con pan, vino, una cabeza bovina, verduras, pulpa de fruta y la recurrente flor de loto.

Y a la vez se pueden distinguir numerosas formas momificadas de pan original, con la impronta incluso de los dedos, junto a platos con frutos, vasijas de vino, especias y otras muchas sustancias que aún se están analizando.

No faltan en otras salas del museo, entre sarcófagos perfectamente conservados, viñetas sobre la siembra y la recogida de la cosecha en el campo, conforme a la creencia -señala Malabaila- de que las exigencias en vida eran iguales tras la muerte.

Ya lo dice la inscripción en jeroglífico hallada en el sarcófago de un visir de alrededor del 600 a.C.: "Cada cosa buena y pura", frase que era habitual en las ofrendas para las ánimas, no fuera a faltarles sustento a los difuntos que pasaban al más allá.