Acercarse a la obra de Marc Chagall (1887-1985) es hacerlo a su rica, singular y casi infinita paleta cromática, pero el maestro del color lo fue gracias a su exploración del blanco y el negro, punto de partida de una nueva exposición en Aix-en-Provence, en el sureste de Francia.

"En el blanco y el negro, Chagall busca ante todo el contraste y el claroscuro, inspirado en la pintura española e italiana, lo cual le llevará a desarrollar una materia pictórica más colorista, densa y viva", explica una de las comisarias, Ambre Gauthier.

La muestra cuenta con más de 130 pinturas, collages, esculturas o cerámicas a partir de 1948, año en que el artista de origen bielorruso se instala en la Costa Azul.

El hilo conductor es el diálogo incesante entre el blanco y el negro y el color. El último no representa la culminación lógica del primero, sino que se produce una simbiosis en la que la atracción temporal por uno de ellos terminará por beneficiar al otro.

"El azul que predomina en muchas obras no sería tan fuerte ni intenso si el artista no hubiese experimentado antes con las posibilidades del negro", detalla la comisaria.

Para el "mago del color", el negro se erige tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) como catalizador de recuerdos sombríos y de esperanza, como se observa en "El filósofo vengativo" y "El cocinero", ilustraciones para el "Decamerón" de Giovanni Bocaccio.

Curioso y provocador, el artífice de la cúpula de la Ópera Garnier de París invierte en cuadros como "La noche verde" los usos tradicionales del blanco y el negro y utiliza el blanco para construir el volumen, una función hasta entonces reservada al negro.

Tras haber descubierto inspiradores matices en estos dos colores, inyecta una nueva vitalidad a su paleta, que alcanzará la plenitud con tonos luminosos e intensos que redefinirán su obra y marcarán su sello personal, junto con las imágenes oníricas y metafísicas.

Ejemplo de ello es "El Arlequín", uno de los préstamos excepcionales de la colección, que exhibe una colorista figura escultórica y refleja el gusto de Chagall por los temas místicos y los motivos circasianos de su tierra natal.

Vítebsk (Bielorrusia) también aparece -del revés- en otra joya de la muestra, "Los amantes en el poste". Un gallo, figura chagalliana por excelencia, protege a una pareja clavada en una cruz con una imagen de la ciudad, símbolo de refugio y esperanza.

La crucifixión es, de hecho, un motivo recurrente en el artista judío. Pero de la misma manera que con el color, desafía los convencionalismos y representa la muerte de Cristo como alusión al martirio del pueblo judío y un canto a la reconciliación.

"Chagall decía que la Biblia era la fuente más grande de poesía", destaca Gauthier. "En las Sagradas Escrituras ve la posibilidad de conectar su historia personal, marcada por la experiencia trágica de las dos Guerras Mundiales y la Shoah, con la historia universal".

Una razón más para visitar la exposición son los collages preparatorios de "El concierto" o "Personajes de la Ópera", que fueron retirados del taller del artista tras su muerte en Saint-Paul de Vence (sur de Francia) y que se exponen ahora por primera vez.

Sus últimas obras no hacen sino reafirmar su libertad creativa y su fructífera inspección del color. Los tonos intensos de "El Arlequín" o "La ciudad fantástica" burlan no solo los límites espaciales de la representación, sino los del propio lienzo.

La muestra "Chagall, du noir et blanc à la couleur", que se podrá visitar hasta el 24 de marzo de 2019 en el centro de arte Hotel de Caumont, invita a contemplar su obra desde una perspectiva inédita, pero en absoluto definitiva.

"Sus cuadros están tan llenos de símbolos y dobles lecturas que hablan a todos los tiempos, incluso a las generaciones que están por venir, y por eso es importante que les dejemos libertad de espíritu para que los interpreten a su manera", subraya Gauthier.