A veces pienso que estoy demasiado alto para no caer, otras veces siento que estoy tan bajo que no sé si podré levantarme. Ese es mi estado. Me alivia saber que voy a encontrarme con el pibe y Luisa en el parque. Realmente, no pretendo que me vean. De hecho, sería imposible porque ambos son invidentes. Pero Byron, mi regalo al pibe, tendrá instinto para localizarme y alertar a su dueño. En ocasiones, resulta complicado enfrentarme a ciertas realidades. Me refugio en el humor, en el cinismo, en la ironía. Intento repetir la historia interminable sin pedir consejo a Michael Ende. Mi amigo Fran me dice que lo que intento es imposible, yo le corrijo y sustituyo imposible por improbable. ¿Qué es imposible o improbable, intentar ser el hombre sin miedo de la Marvel? El abogado Matt Murdock (vamos bien con lo de Mat) es invidente a causa de un residuo radioactivo, pero sus otros cuatro sentidos están especialmente agudizados. Por la mañana, Matt representa a los oprimidos. Por la noche, se convierte en Daredevil. Pienso en todo este mundo de parrillas estrambóticas de "reality show" que terminan siendo lo mismo. O en el tema de las últimas semanas en el que nos inoculan el miedo a la ultra derecha que viene de la mano de La Vox. Parece que son la horda de zombis sacados del vídeo Thriller de Michael Jackson. Una Vox que comienza a jugar con la belleza de sus candidatas y candidatos para el asalto al poder. Vox pretende articularse como un partido con Vox y voto en el Congreso. Es o será una Vox botox o una Voxtox por abreviar. Tengo un porcentaje significativo de amigas adictas, ellos también aunque les cuesta reconocerlo (lo de los implantes de colágeno, no del voto a Vox). Mis recursos para diluir los problemas entre la ironía y el sentido del humor, no me valen siempre, o al menos no el tiempo necesario. Fran tiene razón.

Ya en el parque García Sanabria, me senté en un banco a distancia del pibe y Luisa. Los niños regresaban del trayecto en el tren. Sus pupilas absorbían la luz del mediodía entre sus rostros de comunión, ajenos al dolor de un sueño despierto que todavía no era el suyo. Una canción resuena en mi cabeza: "A menudo me recuerdas a alguien. Tu sonrisa la imagino sin miedo. Ya sé todo de tu vida y sin embargo no conozco ni un detalle de ti. Me pregunto si algún día te veré. Por favor, entra en mi vida sin anunciarte, abre la puerta y cierra los ojos, vamos a vernos, poquito a poco. Dame tus manos, siente la mías, como dos ciegos".

Ni siquiera me planteo quien de los dos siente más la canción. A él lo conozco hace más de treinta años del barrio, lo llamábamos el pibe, una solución fácil cuando jugabas al fútbol y eres argentino. Es ciego desde hace diez años cuando una caja pesada le cayó en la cabeza y le desprendió las retinas. Entonces, trabajaba en operaciones logísticas en una empresa y ya había sido diagnosticado con diabetes. Se sometió a media docena de intervenciones hasta que un día decidió dejar de luchar contra su ceguera. Lo acompañé a una asociación y en la sala de espera conoció a Celia, una labrador negra que acompañaba a una chavala llamada Luisa. Cuando digo que la conoció, quiero creer que la sintió. Quizá fuera la voz de ella la que motivó que el pibe se dispusiera a levantarse, apoyándose en su bastón, pero antes me acarició la mano y revertió la situación:

-Te propongo un acertijo para relajarnos, Mat. ¿Preparado?... Un oso sale de su guarida en busca de alimento. Recorre dos kilómetros en dirección sur, después otros dos hacia el este y, finalmente, dos más hacia el norte, ¿me sigues, Mat?

-De momento sí.

-Entonces se encuentra de nuevo con su madriguera, de la que había salido, mucho más hambriento que antes. ¿Sabrías decirme, el color de la piel del oso?

-¡Demonios, pibe! ¿Debo adivinarlo?

-No exactamente. Debes razonar la respuesta. Piensa bien en lo que te he dicho.

-Dos kilómetros al sur? dos al este? y dos al norte?

-Mientras piensas, me gustaría hablar con alguien.

Ese alguien era Luisa. A los once años padeció una enfermedad dermatológica que le ocasionó lesiones oculares graves por las cuales perdió la visión. Durante ocho años se sometió a seis trasplantes para sustituir las córneas y dos veces logró recuperar el sentido de la vista, pero solo un mes. Después de cada cirugía fueron insoportables los dolores de cabeza, el ardor en los ojos, el temor a la anestesia. Nada tan fuerte como la frustración que generaba perder la visión a los pocos días. Otra vez las imágenes borrosas, la ausencia de luz. De tratamiento en tratamiento se fue su adolescencia. Hasta que decidió no intentarlo más. No estaba dispuesta a perder la vida, además de la visión.

Atraído por la voz de Luisa, y con la excusa de acariciar a su perra, comenzó el pibe su historia. Y allí descubrí lo que tiene de mágica la existencia mientras los dos se hablaban, el perro guía lenguaba las manos del pibe y yo me enfrascaba en el acertijo del oso. Lo recuerdo como si hubiera sucedido ayer. Han pasado tres años. Los miro y regresa la canción: "La primera vez pensé, se ha equivocado. La segunda vez no supe qué decir. Las demás me daban miedo. Tanto loco que anda suelto y ahora sé que no podría vivir sin ti. Dame tus manos, siente la mías como dos ciegos?" Sigo sin descifrar quién de los dos canta en mi cabeza, quizá porque sus mundos están sincronizados.

¿Cómo ha podido suceder esto me dijo una vez el pibe? Como buen argentino un ochenta por ciento de sus preguntas son retóricas: ella tiene un toque invisible que logra agarrar bien firme mi corazón, Mat. Toma el control y lentamente me rasga en partes. Estuve esperando tanto tiempo poder volver a ver que nunca hubiera comprendido qué me tenía reservado el destino. ¿Sabes, Mat? Ahora no tengo miedo, como cada vez que me metía en un quirófano. Ahora que la tengo a ella sé que nada puede salir mal. Ella tiene algo que no podía creer, algo misterioso que me impide saber si estoy volando o cayendo. Y no me importa, Mat, porque es con ella.

Cuando escucho al pibe, comprendo que la vida debería ser más sencilla pero no logramos conseguir que lo sea porque no llegamos a lo esencial de la existencia. Cuando hago mi rutina de ejercicios en casa nunca cuento las flexiones que hago. Solo cuando empiezan a doler, esas son las que cuentan. Lo que te hace ser mejor persona. Byron parece haberme detectado. Byron, mi regalo, fue el lazarillo que le asignaron al pibe para que lo guiara. Un perro con iniciativa, persistencia y un desarrollado instinto de protección. Aquellos dos perros representaban la posibilidad que tenían el pibe y Luisa de ser independientes, de ir a donde quisieran sin esperar que nadie estuviera dispuesto a dejar de hacer sus cosas para acompañarlos. En situaciones como aquella me planteo quiénes son los ciegos. Y en mi universo, no detecto la llegada de ambos. En la voz del pibe la que me saca de mi crionización.

-¿El acertijo, Mat?

El acertijo claro. Nunca me dio la conclusión aquel día. Byron y Celia comenzaron a lenguar mis manos apremiándome a responder una pregunta dilataba tanto tiempo:

-Mat, te lo repito por si lo has olvidado: Un oso sale de su guarida en busca de alimento. Recorre dos kilómetros en dirección sur, después otros dos hacia el este y, finalmente, dos más hacia el norte. Entonces se encuentra de nuevo con su madriguera, de la que había salido, mucho más hambriento que antes. ¿Ya sabes decirme, el color de la piel del oso?

Ellos son la prueba de que agotada la esperanza, tiene que haber una promesa.

-¿No has hecho la tarea, Mat?

Me levanté y noté las lágrimas contenidas en mis ojos. No me servía de protección que Luisa y el pibe fueran invidentes, los tres sabíamos cómo me sentía. Me apoyé sobre los hombros de pibe y le susurré: Dos kilómetros al sur? dos al este? y dos al norte? Falta el cuarto lado, pibe. ¿Cómo puede haber regresado a su guarida?

Byron y Celina parecían ansiosos por escuchar también la respuesta.

-¿Cómo puede haber regresado a su guarida? -Recalqué-. Porque el oso está exactamente en el Polo Norte. Solo en esas condiciones, los puntos de partida y de llegada podrían coincidir? Así que el oso es blanco.

No cuentes los días. Haz que los días cuenten, me decía mi abuelo que había escuchado decir al boxeador Muhammad Ali. Porque imposible es solo una palabra que usan los hombres para los que es más fácil vivir en el mundo que les ha tocado antes que intentar encontrar el poder que tienen para cambiarlo. Imposible no es algo real. Es una opinión. No hay nada imposible.