"He visto el futuro de la música pop" presagió David Bowie al escuchar un directo de la banda británica Human League en 1978. Son ellos los que resuenan en mi cabeza cuando entro en la casa de Abbas, cuya traducción al español es león. Mi amigo libanés lo sabe, aunque con él nada es sencillo, quizá porque su vida nunca lo ha sido. Me siento en el comedor rodeado de paredes que reflejan austeridad, solo salpicadas con columnas y fotos del Líbano antes de la guerra., bajo los acordes de la banda de Liverpool: "Ella sueña con 1969, antes de que los soldados llegaran. Pero la despertaron los zumbidos de los cohetes que pasaban muy cerca asustada se aferró a lo que aún sobrevive en sus sueños tratando de vencer el miedo a morir. ¿Y quién habrá ganado cuando los soldados se hayan marchado del Líbano?"

Ella perdió. Pero su hijo, Abbas, pudo escapar.

Los sintetizadores y la voz de Philip Oakey se evaporan por ensalmo.

Abbas no es un gran conversador. La guerra acabó con la vida que hubiera querido contar. En silencio comenzamos a comer. Abbas, Mat y empanadas de espinacas, hojas de parra rellenas de arroz con carne y berenjenas. Nunca me ha extrañado que los vegetarianos tengan entre sus lugares preferidos, los restaurantes libaneses. Abbas no deja de tener sus dedos pringados con el pan, entrando y saliendo de los platitos con crema de garbanzo, queso cremoso y pimentón. Mi médico de cabecera estaría orgulloso de mí si me viera rodeado de tanta comida con alto contenido en fibras y carbohidratos y bajo contenido de colesterol y azúcar. Aunque me temo que como cierre, Abbas tendrá preparados sus deliciosos dulces de miel bakalawa.

Inserto en el silencio regresa el ritmo enérgico de The Lebanon, con una intro brillante e inconfundible y una letra sobre la devastadora guerra civil libanesa en los 80s. La banda recibió críticas acerca de si unos niñatos acomodados de la Gran Bretaña podían tratar acertadamente el drama que se estaba viviendo con esta contienda, teniendo en cuenta lo icónica, pop y super ventas que era el grupo. Cuando escuchabas la letra de la canción no podías tener en los ojos los sangrientos acontecimientos de Sabra y Shatila. ¿La banda quería poner voz a la gente común y sufriente, hacer política con la música, o no era más que hurgar en la distancia entre los sentimientos para hacer negocio? Mientras, mantengo mis ojos puestos en la sonrisa silenciosa de Abbas y mi cabeza en la letra de Human League. Antes, después y ahora siento este mundo tan confundido que me surge la duda de si hacer una canción como The Lebanon es un error. A finales de los 60s era usual para los artistas manifestar su inquietud política en las canciones, desde Lennon a Dylan, hoy, en cambio, casi nadie lo hace. El mundo de la música solo pretende ser desesperadamente comercial y mantener nuestra conciencia sedada con grageas de prozac.

Continúa el silencio. Ambos nos hemos acostumbrado, y no nos resulta incomodo ni violento. Abbas tiene un pequeño colgante con una estrella. Un día le pregunté por su significado y me explicó que La Estrella es una carta del Tarot. Es el arcano número 17. El protagonista de esta carta es una sencilla doncella, totalmente desnuda, símbolo de la revelación de la esencia fundamental del ser, que lleva dos jarras en sendas manos. Es el símbolo de la armonía radiante y el equilibrio activo. Supongo que pensó que era un estúpido cuando intenté continuar la senda de la conversación comentándole que el 17 era un número que me atraía, que de hecho uno de mis jugadores profesionales de baloncesto favoritos, el neoyorquino Chris Mullin, lo llevaba impreso en su camisa.

Tanto Phillip Oakey, en la distancia, como Abbas, oteaban a su manera la desolación de una guerra. Hasta los años 1970, el Líbano era un centro financiero, la Suiza de Oriente Próximo, hasta que su importancia económica se desintegró con una terrible Guerra Civil que destruyó un equilibrio político ejemplar. Antes de abandonar el centro de refugiado, Abbas, observó al horror a su alrededor, donde antes habían tiendas, en ocasiones, se escondían los francotiradores. No le dejaron ver el cuerpo de su madre. Igual que en la canción que sonaba siempre se ha preguntado: ¿no se suponía que aquellos soldados venían a mantener la paz? Cuerpos y almas metidos en una contienda y soldados que tampoco lograban responder la pregunta. ¿Y quién habrá ganado cuando los soldados se hayan marchado del Líbano?

La verdad es que el comentario de Bowie sobre estos chicos era la impresión generalizada de una banda de vanguardia que compartía escenarios junto a los Banshees, Iggy Pop y otras bandas new wave y after punk. ¿Qué tenía todo eso que ver con el horror de El Líbano? Conocí a Abbas, a finales de los 90. Entonces trabajaba para Mohamed Jamil Derbah e intentaba escapar de la guerra del time sharing. Aquella fue una etapa de agitación en el sur tinerfeño. Desde que escapó del Líbano, la violencia era la esencia de la vida de Abbas, así que no le costó insertarse en la guerra de clanes contra la "famiglia" de John Palmer, su competencia directa en el negocio de la multipropiedad. Cuando Palmer llegó a la isla se percató de que el sur de Tenerife era un lugar abonado para poner en marcha su idea de vacaciones a tiempo compartido con miles de víctimas potenciales, la gran mayoría turistas británicos y alemanes. Solo faltaba montar una estructura empresarial que le permitiese trabajar y adquirir los siete complejos que llegaron a ser de su propiedad. En una segunda fase, los tentáculos de sus negocios se fueron ampliando. Una vez establecidos estos parámetros necesitaba rodearse de personas afines, que le jurasen lealtad. Para ello eligió a un libanés, al que conocía de Sierra Leona, donde se dedicaba a la compraventa de diamantes: Mohamed Derbah.

Para Derbah trabajaba Abbas.

Tenerife se regía por una ley del silencio, en la cuál nada parecía suceder más allá de los túneles de Güímar. Palmer hizo una auténtica fortuna. Tenía su propio avión privado, dos helicópteros y un yate, que atracaba con frecuencia en el muelle frente al Cabildo Insular de Tenerife. Extendió su negocio al lavado de dinero, la extorsión y la protección a cambio del pago de un canon. La guerra con el clan libanés fue inevitable. Los hombres de Palmer eran conocidos por la brutalidad de sus acciones. Se comentaba que Palmer había dado instrucciones a su guardia pretoriana para que, tanto los desleales como la competencia, fuesen colgados boca abajo por los pies desde la planta alta de los inmuebles. De esta manera, con sus gritos pidiendo clemencia, conseguía que su territorio no fuese ocupado. Luego vino Garzón, antes de que se empecinara en Franco, y la mano de la justicia cayó sobre Goldfinger Palmer. Años más tarde, lo hallaron sin vida en su casa de Essex, con un disparo en el pecho. No le bastó que la vivienda estuviera rodeada de cámaras de vídeo o que contara con dos Rottweilers.

¿Y Abbas? Nunca ha vuelto al Líbano. En el verano de 2006, allí se desató otra guerra entre el ejército de Israel yHezbollah. Desde entonces, el país no ha logrado salir de la inestabilidad constante. ¿Y Abbas?, me repito. Hace cuatro años logré insertarlo en un programa del ayuntamiento de Santa Cruz, que intentaba facilitar la integración de la población inmigrante en el municipio. Gran parte del dinero que tenía ahorrado sirvió para borrar su pasado y los antecedentes en el sur de la isla. Ahora está inserto en un mecanismo que blanquea lo que fue y facilita cauces de actuación en la vida social y cultural, evitando situaciones de exclusión social y vulnerabilidad. Nunca ha vuelto a empuñar un arma.

Dentro de los márgenes de previsibilidad de Abbas estaba el plato final: sus deliciosos dulces de miel bakalawa. Cuando terminamos se decidió a hablar.

-Gracias, Mat.

-¿Por qué, amigo?

-Por concederme tu bien más preciado: tu tiempo. Siempre te has preguntado qué significado tiene el número 17 para mí. Y te lo sigues preguntando porque no has comprendido lo que te dije. Es un número de poder relacionado con la inmortalidad y la continuidad de la vida. El número de la iluminación que te ayudará a la comprensión de tu destino y de tu existencia.

A continuación, se quitó el colgante del cuello, cogió mi mano derecha y lo depositó en mi palma. La cerró despacio y selló su don con un apretón que pareció durar una eternidad. En aquel instante supe que Abbas nunca sabría dar una respuesta a su pregunta: ¿Y quién habrá ganado cuando los soldados se hayan marchado del Líbano?