El Ayuntamiento de Santa Cruz no parece tener una buena relación con sus espacios museísticos. Así lo sanciona el devenir de los acontecimientos, ya desde finales del siglo XIX y, al menos, hasta la inauguración del que hoy conocemos como Museo Municipal de Bellas Artes, un 25 de diciembre de 1908, hace mañana 110 años.

El historiador Alejandro Cioranescu señala en su obra "Historia de Santa Cruz" que la iniciativa de dotar a la capital con un Museo Municipal en su vertiente artística puede adjudicarse a Patricio Estévanez, quien en 1898 le sugirió a Luis Mafiotte, establecido en Madrid, que echara mano de sus relaciones con Fomento (¡siempre Fomento!) para lograr la donación de una docena de cuadros "que nos sirvieran de base para empezar un pequeño museo local".

Fue en 1899 cuando Pedro Tarquis y Teodomiro Robayna, profesores de la Academia Municipal de Dibujo, hicieron acopio de algunas piezas y solicitaron una subvención para continuar con la labor, ayuda que les sería denegada.

En teoría, ya en 1900 existía el museo, "pero carecía de local", dice Cioranescu. Lo cierto es que el 25 de julio de 1900 se ocupaba una sala del edificio de Santa Cecilia donde se inauguró el museo, pero tuvo que desalojarse cuando, un año después, compraba el inmueble la Diputación Provincial.

Por entonces se daba la circunstancia de que el Ministerio de Instrucción Pública acababa de ceder al futuro Museo municipal, en calidad de depósito, "doce cuadros del Museo de Arte Moderno de Madrid", a los que se sumaban las piezas reunidas por Tarquis y Robayna y hasta una colección completa de láminas en cajas de "Los Caprichos" de Goya.

"Con destino al Museo municipal de Bellas Artes de esta Capital se recibirán, en breve, los siguientes cuadros que el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes cede en depósito á este Ayuntamiento: "Retrato de la Reina Mercedes", de Ojeda, premiado con segunda medalla, mide tres metros de alto por dos de ancho, está hecho de encargo, y costó al Estado 8.000 pesetas. "La Pereza", de Martínez del Rincón, con dos medallas de segunda, mide 50 centímetros de alto por 77 de ancho, costó 6.000 pesetas. "Batalla de Otumba", de Ramírez, con dos segundas medallas y dos terceras, mide 3''90 metros de alto por 5''90 de ancho, costó 6,000 pesetas. "Defensa de Zaragoza", de Mejía, con una medalla de segunda, mide 4 metros de alto por cinco de ancho, costó 4.000 pesetas", según consta en el Diario de Tenerife de 10 de enero de 1901.

El problema de disponer de un local apropiado resultaba cada vez más acuciante y, en este orden de cosas, se tiró de una solución de compromiso: la sala de sesiones de la Corporación municipal, "aunque fuese impropia, oscura y demasiado estrecha y por más que algunas de las telas estuvieran todavía sin marco", tal y como se recoge en el Diario de Tenerife de 16 de febrero de 1902.

"Vergüenza causa considerar lo que está pasando con este Museo (...); después de haberse adquirido varios lienzos de conocidos pintores nacionales y algunas esculturas, aquí hace meses, no se ha podido aún desempaquetarlos por no haber un local donde darles debida colocación y que los anteriormente reunidos vayan de un lado para otro, siempre de prestado, expuestos todos á deteriorarse ó. inutilizarse" (Diario de Tenerife, 27 de junio de 1901).

Como es habitual (y para que todo permanezca igual) se convocaba un concurso con el fin de levantar un edificio de nueva planta en San Francisco, idea que se fue diluyendo cuando se pensó en utilizar como alternativa el testamento del Marqués de Villasegura, Imeldo Serís, que entre su legado dejaba al Museo Municipal varios cuadros y objetos diversos, como consta en el Diario de Tenerife de 1 de enero de 1905, además de 100.000 pesetas para construir un edificio destinado a la caridad y la enseñanza, que pronto se varió por otro propósito: un inmueble dedicado a museo y biblioteca.

En 1906 Patricio Estévanez propuso que se reorganizaran los locales destinado a museo y biblioteca, aprovechando las dependencias que habían quedado libres en San Francisco una vez que el ayuntamiento pasó a ocupa su nuevo edifico ya propio.

Y quiso la fortuna, la sensatez, o quizás el espíritu navideño, que se tuviera en cuenta la propuesta de este ilustre periodista, de tal manera que desde la Corporación municipal decidió habilitar "unas cuantas salas que se habían quedado sin destino y que se inauguraron el día de Navidad de 1908", tal y como así refiere el historiador Alejandro Cioranescu.