Cuando Deng Xiaoping abrió China al mundo en la década de 1970, también estimuló la migración de más de la mitad de los 1.400 millones de habitantes de China a las ciudades para trabajar. En Shanghai y Pekín, las grandes constructoras están edificando frenéticamente rascacielos con letreros brillantes y grandes marcas occidentales centelleando por todos lados, para fascinación de los chinos.

Al mismo tiempo, existe la sensación de que la China "real", la china del campo, está desapareciendo rápidamente y debe salvarse de ser un simple entretenimiento turístico, un Disneyland sin alma, como está ocurriendo en muchas de las ciudades y pueblos de China (y de por aquí, pues también en Occidente ocurre esto) en nombre del turismo mal entendido.

Si llegas a Shanghai y tienes ganas de descubrir algo de China que no se suele enseñar a los turistas, en dirección suroeste, tras un viaje de siete horas en coche llegarás al condado de Songyang. Se compone de unos 400 pueblos, desde Shicang hasta Damushan. Pueblos que se estaban abandonando, como ha ocurrido también aquí en España, donde más de 4.000 municipios están en riesgo de quedarse sin habitantes.

Allí, en Songyang, el movimiento serpenteante del río Songyin une las ondulantes terrazas verdes del valle que se abrazan al borde del agua. Si sigues el río encontrarás muestras de lo que el gobierno chino, con la ayuda de algunos arquitectos, especialmente la arquitecta Xu Tian Tian, está consiguiendo. Primero encontrarás una fábrica de azúcar marrón; más adelante un teatro de bambú; y en el otro lado del río, un Museo Hakka de piedra construido con métodos tan antiguos que incluso los albañiles de la ciudad tuvieron que aprender estas formas por primera vez, como si fueran métodos revolucionarios.