Como aperitivo del concierto de anoche en el Auditorio de Tenerife, el que ha vivido la mejor entrada de la presente edición, la Orquesta Filarmónica de Hamburgo, bajo la batuta de un mesurado Kent Nagano, interpretó una pieza breve, la obertura de "La flauta mágica", que acaso sirvió para calentar a los músicos y acomodar al público para ir haciendo boca.

Las miradas estaban puestas en el "plato principal", la presencia de la solista muniquesa Veronika Eberle y su interpretación del "Concierto para violín y orquesta", de Brahms, considerada una de las mejores obras del repertorio para este instrumento y que fue vituperada en su día por Sarasate, que la llegó a considerar el "concierto contra el violín", tal es su complejidad.

Lo cierto es que "armada" con su singular Stradivarius Dragonetti, la joven Veronike Eberle desplegó un virtuosismo que enamoró. Ya desde sus rítmicos balanceos, antes de atacar la primera nota, la solista atrapó la atención de un público expectante (con agradable presencia de jóvenes estudiantes) y haciendo gala de una exquisita sensibilidad y una enérgica ejecución, llevó la partitura sin sobresaltos, con una afinación mimada, cuidando los matices en los agudos, dulce en la cadencia y entera en el tropel de acordes y en las dobles cuerdas.

Veronika Eberle ofreció, sin duda, uno de esos momentos que se guardarán en el recuerdo.

Los músicos de Hamburgo, con todo, reivindicaron la fuerza de la tradición musical y sonora de una formación próxima a cumplir los doscientos años y a los compases de la monumental Cuarta de Brahms, uno de sus referentes, emocionaron al auditorio.

El director, Kent Nagano, hasta entonces algo mesurado, pareció desquitarse y tiró de oficio, con gesto enérgico, para llevar a la orquesta a un alto nivel.

Las cuerdas, bien empastadas, quizá mejor que los vientos, y el singular percusionista, mimoso con sus timbales, que recogió una sonora ovación final.

De propina, una pieza compuesta por el contrabajo de la orquesta, al estilo de las bandas sonoras y dedicada a los marineros del puerto de Hamburgo, los que vivieron en tiempos de Brahms, y que como el compositor con su música conquistaron mundos.