Achúcarro lo llena todo. Anoche dialogó en el Auditorio con Beethoven, ejecutando el "Concierto para piano nº 4 en Sol mayor" del genio alemán y lo desarrolló con una franqueza extraordinaria, desde esa virtud de la simpleza que está reservada a los virtuosos.

Y es que para hacer sonar el piano no basta tan solo con exhibir unas exquisitas dotes técnicas (acaso llegará el momento en el que hasta un avanzado robot pueda hacerlo), también se precisa un especial contenido humano que sea capaz de transmitir y emocionar.

No precisó partitura el maestro. Se encontraba frente a un viejo amigo y abrió el primer movimiento dando pie al tema, mientras iba moviendo sus manos rítmicamente a la espera de dar respuesta a la orquesta, cerrando con un ejercicio de pleno virtuosismo.

En el segundo movimiento, él y su piano se hicieron con el mando de la orquesta, se convirtieron en los auténticos protagonistas de la noche, desde el fraseo, la velocidad en la digitación, la tonalidad íntima y pausada, la dulzura del cantabile, consiguiendo atrapar al público, ya hipnotizado por un sonido inimitable, desde una sensibilidad sin impostación alguna que derivó hacia un final acompañado de ovaciones y que brindó, como regalo, el lirismo de un Nocturno de Grieg.

La estonia Anu Tali, directora de escuela y factura nórdicas, se fue contagiando, primero, del romanticismo de la obra "Vistes al mar", esas evocaciones poéticas para cuerdas de Eduardo Toldrá que le pusieron música a la luz mediterránea, abriendo Cataluña al mundo (¡Cuánta falta haría que algunos lo escucharan!).

La pieza que cerró el concierto guardaba un tono de reivindicación: la "Sinfonía nº 4 en La mayor", conocida como "La italiana", de Mendelsshon.

La orquesta de Cadaqués (con algunos desajustes en los vientos) supo disfrutar de la velada y se hizo sur, arrastrada por el alma del compositor, con una ejecución ligera, alegre y vivaz, buen desarrollo polifónico y orquestación, detalles de finura y delicadeza que recibieron el premio de los aplausos.