Tenerife y Las Palmas habían seguido trayectorias parecidas en la temporada 03-04. Apostaron por proyectos de cantera, encabezados respectivamente por David Amaral y Juan Manuel Rodríguez... y en Navidades, aunque la situación no era preocupante, los dirigentes optaron por dar un volantazo. En la entidad amarilla, García Navarro contrató como técnico a David Vidal y reforzó la plantilla con cinco extranjeros: el argentino Gastón Sessa, el bosnio Jahic, el brasileño Matheus, el finlandés Hietanen y el noruego Lindbaeck. Y aunque parezca difícil creerlo, el equipo grancanario reaccionó y llegó al clásico en la decimoquinta plaza y a cuatro puntos de la zona de descenso.

Mientras, Martín Marrero no funcionaba como revulsivo en el Heliodoro. En sus seis primeros partidos como técnico, el Tenerife no marcó un gol. Ni de penalti. Y cayó a zona de descenso. Y aunque el club que presidía Pérez Ascanio también realizó cinco fichajes en el mercado de invierno (el portero Enke, el defensa César Belli y los mediocampistas Raúl Martín, Manolo y La Paglia), al clásico llegó en la vigésima plaza, ¡con una victoria en las quince jornadas anteriores! La permanencia estaba a dos puntos y Las Palmas a cinco, que podían ser ocho si los amarillos conquistaban el Heliodoro, donde llevaban más de tres lustros sin perder en partido oficial. Ni en Liga, ni en Copa.

Entonces, el martes previo al partido, Rubén Castro, pichichi de la categoría con 16 tantos (uno menos que todo el Tenerife), calentó el clásico en Onda Real: "Quiero ganar el domingo para hundir un poco más al Tenerife y dejarlo a ocho puntos. Si los podemos hundir, lo haremos". "Y espero que bajen", sentenció. No hubo reacción blanquiazul. "Son palabras un poco fuertes, fuera de tono", se limitaron a contestar Vitolo y Kiko Ratón. El recién llegado Raúl Martín no fue más lejos: "Hay que callarle la boca en el campo". Y el técnico local, Martín Marrero, zanjaba el tema Rubén al recalcar que "un derby es importante en sí mismo. No vamos a tener más motivación por sus palabras".

Confirmada su vuelta tras dos semanas de baja por una lesión muscular, Rubén Castro sí le echó gasolina al fuego. "Vamos a hundirles", "me dolió que el Tenerife nos mandara a Segunda División sin jugarse nada", "tengo ganas de marcar y celebrar un gol" o "sé que me van a pitar, pero los callaré con goles", agregó el jueves el delantero, que obtuvo el apoyo de su técnico. "En España hay libertad de expresión", dijo Vidal. Y hasta su presidente mostró comprensión, "porque hay una espina clavada con el Tenerife"; aunque, eso sí, deseó "la permanencia" del eterno rival, "porque es importante que el próximo año haya otro derby". ¿Descender Las Palmas? Esa posibilidad ni se barajaba.

Antes de viajar a Tenerife, el pichichi dejó su última perla: "No temo a las patadas, pues sé que, de todos modos, me las iba a llevar". Ahí acertó. A los tres minutos Sebas Corona lo atropelló en el círculo central cuando intentaba controlar un balón de espaldas al arco rival. Ayza Gámez no se complicó la vida y le sacó tarjeta amarilla al central local. La patada desactivó a Rubén y la bronca del Heliodoro cada vez que tocaba el balón lo sacó del partido. Cuando quiso entrar en juego, otra violenta entrada de César Belli, saldada también con amonestación, le invitó a no intentarlo más veces. El 4-1-4-1 dispuesto por el tándem Martín-Barrios, con un Vitolo colosal, hizo el resto.

A los quince minutos ya ganaba el Tenerife. Y antes de la media hora La Paglia cerró el partido con un cabezazo soberbio. "Al final, Rubén nos ha hecho un favor", resumía Vitolo, mientras el protagonista del clásico se quejaba de "la permisividad" del árbitro con los defensas locales. Tres meses después, tras sumar doce puntos en las 16 jornadas finales, Las Palmas descendía a Segunda División B. Y el Tenerife, que llegó a estar once partidos invicto, acababa el curso en la octava plaza. Nadie lo podía imaginar antes de aquel derby en el que Rubén se propuso "hundir un poco más al Tenerife".