Cuando el próximo miércoles salga del túnel de vestuarios y pise el césped de Mestalla, pasará a pocos pasos de una Copa que ya casi reconoce como propia. Sabrá que aun no es tiempo de tocarla, levantará entonces la vista y mirará a uno y otro lado de la grada, dividida por los colores y cánticos de dos aficiones entregadas y dispuestas a vivir, como él, una nueva final con la máxima intensidad.

Quizá sienta que no ha pasado el tiempo, que el destino lo ha vuelto a citar donde lo hizo la última vez. Pero no habrá nada nuevo esa noche para Jose Manuel Pinto Colorado (Puerto de Santamaría, 8 de noviembre de 1975): ni el trofeo, ni el escenario, ni el rival. Porque el meta gaditano vivirá, a sus 38 años, su cuarta final de la Copa del Rey con el Barcelona.

Seguramente el exportero del Celta jamás se imaginó, cuando el conjunto azulgrana lo llamó en el invierno de 2008 para suplir de urgencia al lesionado Albert Jorquera, que seis años y medio después seguiría defendiendo una camiseta con la que ha ganado todo: cuatro Ligas, dos Ligas de Campeones, dos Copas del Rey, dos Supercopas de Europa, dos Mundiales de Clubes y cuatro Supercopas de España.

Bien es cierto que casi todos estos títulos los ha vivido a la sombra de Víctor Valdés, el hombre que pasará a la historia como el meta titular de la etapa más gloriosa del Barça, pero no lo es menos que Pinto ha tenido una mayúscula cuota de responsabilidad en los dos torneos del KO que el equipo ha ganado desde que él aterrizó en el Camp Nou.

Porque tanto para Guardiola como para Vilanova como para Martino, la Copa, en el Barça, se juega con Pinto y diez más. Y al conjunto catalán no le habrá ido tan mal cuando está a punto de jugar su cuarta final en seis años con el guardameta andaluz bajo palos.

Con Pinto no hay que llevarse a engaño. Detrás de esa melena de peinado estrafalario, su faceta de productor musical y esa indolencia con el balón en los pies que ha puesto a más de un culé al borde del infarto, hay un portero experto, trabajador, tremendamente profesional y con la cabeza muy bien amueblada.

A nadie le regalan un Trofeo Zamora, ni se es el portero menos goleado por casualidad (2006), y mucho menos si lo consigues defendiendo la portería de un modesto como el Celta.

Por eso el Barcelona lo ha ido renovando año a año, porque pese a su edad, su rendimiento como recambio de Valdés ha sido siempre alto, y su integración dentro del vestuario, donde es uno de los mejores amigos de Leo Messi, una de las claves por las que se explica que haya durado tanto en una plantilla plagada de estrellas.

José Manuel Pinto, uno de los encargados de alegrar las concentraciones previas a los partidos con su música, siempre ha tenido claro cuál era su papel dentro del grupo: trabajar al máximo en los entrenamiento para que Víctor no bajara la guardia y echar una mano al equipo cada vez que éste lo ha necesitado.

A veces, esa mano incluso ha sido determinante, como en las semifinales de la Copa del Rey de 2009, cuando paró un penalti a Martí en Mallorca que podía haber supuesto la eliminación del Barcelona en un torneo que acabó ganando precisamente en Mestalla ante el Athletic Club (4-1), tras remontar el gol inicial de Toquero.

En el mismo escenario, Pinto viviría la amargura de perder una final, en 2011, contra el Real Madrid, que necesitó de una prórroga y de la inspiración de Cristiano Ronaldo para poder batirle (0-1).

Al año siguiente, sin embargo, se desquitó ganando de nuevo el título derrotando otra vez al Athletic en el Calderón (3-0), donde los hombres de Marcelo Bielsa fueron incapaces de marcarle ningún gol.

El miércoles afrontará su cuarta final de azulgrana como titular. En las tres anteriores nadie puede decir que el equipo echara de menos a Valdés. Porque esto es la Copa del Rey, y en la Copa, en el Barça siempre juegan Pinto y diez más.