Cientos de miles de israelíes, con el presidente del país, Simón Peres, a la cabeza celebran desde anoche la victoria del Maccabi de Tel Aviv en la final de la Euroliga, que ha inundado el país de orgullo patrio y encumbrado al "estratega David Blatt".

Uno de los primeros en aplaudir el triunfo a los macabeos fue el propio jefe del Estado quien, según la presidencia, llamó al técnico norteamericano nada más concluir el encuentro para reprenderle en broma porque "casi" le provoca "un infarto".

"David, el país entero es hoy amarillo, eres el mejor. Has demostrado que significa la determinación y que cualquier equipo que luche como tigres puede ganar como leones. Ha sido increíble, casi me provocas un ataque el corazón", afirmó el nonagenario mandatario.

En la misma línea, el primer ministro, Benjamin Netanyahu, felicitó a los nuevos campeones a través de su página en la red social "Facebook", en la que colgó una foto suya tomada cuando veía el encuentro.

"Siempre hemos estado en el mapa, pero hoy nos has colocado en él de una forma impresionante. La gente de Israel celebra hoy la fiesta del buen fuego, pero tu lograste incendiar en la cancha y todos estamos orgullos de ti", afirmó.

David Blatt se confirmó en Milán como uno de los especialistas en finales del baloncesto actual, añadiendo a su ristra de títulos la sexta Eurocopa para unos macabeos que partían como la cenicienta de la "Final Four".

La prensa coincide hoy en señalar los planteamientos de Blatt, que logró insuflar un espíritu de lucha y supervivencia a un equipo irregular, con escaso fondo en el banquillo y menor presupuesto que sus rivales, y la aportación del base norteamericano, Tyrese Rice, como las claves del inesperado éxito.

"Tenemos el mejor entrenador de toda Europa. Ha sido una sorpresa, pero una sorpresa maravillosa. Aún no me creo lo que hemos hecho", afirmó hoyYoam Stenberg, a su llegada al aeropuerto de Tel Aviv.

"Vamos a celebrarlo hasta que no podamos más. Es increíble", agregó Raquel, su novia, feliz, con ojeras y una bufanda amarilla y azul al cuello.

La entusiasta hinchada del Maccabi, que tiñó de amarillo más de 9.000 asientos del pabellón de Milán y transformó la pista en una caldera, fue otra de las claves de una victoria que por una vez convirtió todo el país a la religión "amarilla y azul", incluida la propia Jerusalén, sede de su máximo rival.