Tras la cara más visible de este Wimbledon, la titánica final de cuatro horas que Novak Djokovic le ganó a Roger Federer, se ocultan las huellas de una nueva generación que está luchando por romper la hegemonía del circuito.

El apasionante duelo a cinco sets entre el serbio y el suizo era la primera final de Grand Slam desde el Abierto de Estados Unidos de 2009 en la que no estaban o bien el español Rafael Nadal o bien el británico Andy Murray, y fueron unos recién llegados a la élite los responsables de romper esa estadística.

El mallorquín cayó en octavos ante un joven de 19 años, el australiano Nick Kyrgios, que sorprendió a los especialistas con un servicio endiablado y unas potencialidades físicas y técnicas al alcance de pocos en los últimos años.

El escocés, por su parte, se vio arrollado en tres sets por el ganador del torneo júnior de 2008, el búlgaro Grigor Dimitrov, que con 23 años ha sacado por fin a la luz el tenis brillante, a la altura de los mejores, que se esperaba de él desde hacía varias temporadas.

A ese dúo de jóvenes promesas se ha unido además el canadiense Milos Raonic, también de 23 años, que hizo humano a Kyrgios en los cuartos y solo claudicó en semifinales, ante Federer.

Si bien el alto nivel que han mostrado esos tres recién llegados al circuito es prometedor, se trata tan solo del primer asalto de una guerra que no les resultará fácil ganar.

Otros han tratado de llegar a la cumbre sin que hasta ahora hayan tenido éxito, como el australiano Bernard Tomic, que parece haber visto frenado el empuje que le llevó a ser señalado como una de las promesas del tenis mundial.

Por el momento, ni siquiera el suizo Stanislas Wawrinka, con la experiencia que le otorgan sus 29 años, ha logrado asentarse en las últimas rondas de los grandes torneos tras ganar el Abierto de Australia en una final ante Nadal el pasado enero.

A pesar del empuje de la nueva generación, el tenis presente se mide todavía a partir de pesos pesados como Federer y Djokovic, que en la final de este Wimbledon protagonizaron un encuentro que no desmereció otros duelos históricos como los que ofrecían en décadas pasadas rivales como Andre Agassi y Pete Sampras, o Ivan Lendl y John McEnroe.

Quizás Djokovic, con 27 años y siete títulos, ya no esté a tiempo de acercarse a los 17 Grand Slam que acumula Federer, que había ganado 14 a su edad, pero el domingo demostró que es capaz de aguarle la fiesta a uno de los mejores tenistas de todos los tiempos.

El suizo llegaba a la pista central del All England Club, un escenario que le resulta especialmente familiar, en el que ha ganado siete finales y ha perdido dos, dispuesto a agrandar un poco más su leyenda.

Cerca de los 33 años, Federer se entrena todos los días con el único objetivo de ensanchar lo más posible el abismo que separa las cifras de su currículum de las del resto de tenistas, con la esperanza de que pasen décadas antes de que alguien pueda igualarlo.

Su derrota ante Djokovic es quizás una noticia alentadora para Nadal, el único tenista en activo con opciones de igualar esos 17 grandes torneos (tiene 14, los mismos que dejó Sampras, ya retirado).

El mallorquín, de 28 años, tampoco debió alegrarse, sin embargo, de la victoria de Djokovic, que le destronó del número uno del mundo después de 36 semanas en lo más alto, desde el 7 de octubre de 2013.

Djokovic había perdido cinco de sus últimas siete finales, y su victoria en Wimbledon amenaza con volver a poner en marcha una racha ganadora como la que vivió en 2011, cuando, intratable, se llevó tres de los cuatro grandes torneos, todos menos Roland Garros, el feudo que Nadal mantiene inexpugnable.