SOY un antiguo. Tan antiguo que me gustan los periódicos en papel y facturar en los aeropuertos. Soy tan antiguo que todavía creo en el valor del pasado y que por una riña no se rompe una relación. O que por un mal resultado (o por varios malos resultados) no se pierde la confianza en un entrenador. Sé que voy contracorriente y es posible que no tenga mucho hueco en un mundo en el que prima el "lo quiero todo y lo quiero ya". De acuerdo. Pero, sinceramente, pienso que la corriente está equivocada y que yo tengo razón.

Ejemplos. Hace un año, el Rayo encadenó seis derrotas y estuvo tres meses seguidos en zona de descenso. El club mantuvo la fe en Paco Jémez, que la temporada anterior había logrado la permanencia. Más crédito merecía Pepe Mel en el Betis después de tres campañas exitosas (un ascenso, una permanencia y una clasificación europea)... pero sólo lo aguantaron quince jornadas. Su marcha no arregló nada: lo atestiguan un descenso y el paso, por ahora, de tres inquilinos distintos por el banquillo. No sé lo que ocurrirá en el Tenerife con Cervera, un técnico que en sus dos ejercicios ha cumplido con los objetivos marcados. Me temo que, como dijo Valdano, "el fútbol no tiene memoria". Pero sigo pensando que, también en fútbol, el pasado debería tener valor. Y más cuando la experiencia recuerda que los prematuros cambios de entrenador rara vez son una solución. Y en la Isla tenemos ejemplos. Muy cercanos y muy dolorosos.

Entornos. El Athletic bordea la zona de descenso y (casi) nadie cuestiona a Valverde. Y algo similar ocurre en la Real Sociedad con Arrasate. El buen trabajo realizado el curso anterior es su mejor aval, más allá incluso de los argumentos ligados al fútbol y/o al trabajo presente. En el Tenerife, Cervera no tiene el aval de un buen año, sino de dos, pero recibe críticas brutales desde que empezó la temporada. Las razones de estos ataques están en la conciencia de cada uno... pero a mí me cuesta pensar que obedecen sólo a razones deportivas.