EL TENERIFE tiene la intención de contratar a un entrenador joven, inteligente, carismático y con gusto por el juego con la pelota. Esa elección es, en realidad, una conexión con las mejores etapas del club en el pasado reciente. Cada vez que el Tenerife planteó la gestión de su equipo como un asunto a medio plazo, encauzado a través de una determinada identidad de juego, el proyecto terminó bien.

En la coyuntura actual, a las puertas de un cambio en la presidencia, el club se equivocó al tratar esta temporada como si fuera un tránsito, un puente hacia el nuevo proyecto. En Segunda División no se puede improvisar de esa manera con un técnico de ocasión. Ahora, con el equipo bastante más abajo de lo que vale la suma del talento de su plantilla, se presenta la oportunidad de traer a un entrenador que estabilice la entidad, que le de un estilo en el campo, que le devuelva a la afición la ilusión por ver jugar a su equipo, que oriente, en definitiva, un nuevo proyecto impulsado por una medida ambición. El Tenerife tiene que jugar bien, porque así es su estilo histórico, y debe aspirar a crecer, porque su meta está en Primera División.

En esa misma idea están implícitas las claves de grandeza. Si el club apuesta por un técnico que promocione en el terreno de juego a sus talentos de cantera, entre los que Cristo González es un abanderado, logrará a medio plazo los recursos económicos para crecer. Eso puede empezar a pasar con Carlos Abad-Hernández, que tiene una opción de traspaso ya tasada. En un club con una cantera tan prolífica, la falta de recursos económicos no es una excusa, porque hay materia prima.

Eso sí, se necesita un plan, que empieza por acertar con el técnico elegido.