El delantero panameño Blas Pérez, máximo goleador de la Copa América Centenario tras su primera jornada, empezó desde abajo, en concreto desde la portería, donde los amigos del barrio le relegaban por su falta de calidad, pero pronto les dejó claro que lo suyo era el área.

Jugador de raza, el ariete canalero es, además, una persona emotiva que presume de jugar por los suyos, que no son otros que todo un país, por el que rezuma orgullo, su familia y su barrio, San Miguelito, en Ciudad de Panamá.

Fue en este complicado distrito donde Blas Pérez, que peina ya 35 años, creció y empezó a dar patadas a la pelota, pero "no era bueno", como él mismo reconoce. Lo suyo era más la garra y la entrega que las florituras con los pies.

"No era bueno, pero mis ganas, el deseo de superarme y las ganas de sacar a mi madre del barrio, de comprarla una casa es la satisfacción que me deja muy feliz. Le cumplí el sueño de comprarle una casa y cuando veo las fotos casa todavía lloro al ver a mi madre feliz porque la tiene", explicó el delantero en entrevista con Efe.

Miembro de una familia humilde, Blas Pérez tuvo que dejar de estudiar pronto para trabajar, incluso lavando autos, y así ayudar económicamente después de que su padre, ya fallecido, perdiera el empleo y tuviera que ponerse al volante de un taxi.

Pero esa forma de ver la vida, de entregarse cuando entra en la cancha, le permitió iniciar una carrera futbolística lejos de aquellas porterías de las que escapaba "gambeteando" a la mínima que tenía ocasión rumbo al área rival.

"En el barrio, el más malo iba al arco y a mí me tocaba ir, porque jugaba con gente mayor. Yo tenía 10 u 11 años y mis amigos 15 ó 16. Me tocaba el arco, pero me fui ganando un respeto y el derecho de poder estar en la cancha. Eran chicos de mayor edad, pero siempre estaba ahí marcando goles", recuerda.

Y de ahí pasó a jugar de manera profesional, y fue en el área de quince equipos de tres diferentes continentes y la selección panameña donde Blas Pérez dejó su impronta, con más de 220 goles anotados, 41 de ellos luciendo el escudo de su país, lo que le convierte en el segundo máximo anotador de la canalera con uno menos que su compañero Luis "Matador" Tejada.

Pero los logros personales, como ser máximo goleador de la Copa Libertadores de 2007, cuando militaba en el Cúcuta Deportivo, no están en su lista de prioridades.

El jugador del Vancouver Whitecaps, de la MLS estadounidense, asegura que una de sus características principales es ser un "guerrero dentro de la cancha", hacerse "matar" por sus compañeros, su país y su bandera.

Defendiendo los colores de Panamá, este lunes hizo historia al anotar los dos primeros goles de la selección canalera en una Copa América y que le dieron el triunfo sobre Bolivia (2-1).

Y en su emocionada celebración hizo una nueva demostración de que su familia siempre está presente en su pensamiento: se echó al piso, miró al cielo y se puso las manos en cabeza haciendo la señal de los cuernos de un toro, tal y como llamaban cariñosamente a su padre.

A sus 35 años es consciente de que su carrera llega a su fin, aunque sigue sintiendo ese "hambre, ese cosquilleo en el estómago" que le hace saltar a la cancha. "Espero jugar dos años más y decirle adiós al fútbol", señaló.

"Tengo pensado en el último año de mi carrera jugar en dos equipos con los que estoy muy agradecido, el primero en el que salí, el CD Árabe Unido, y el Cúcuta Deportivo colombiano, que está en Segunda División", asegura.

Hasta entonces, promete seguir dando muestras de su forma de pelear, de luchar, para no dar por perdida ninguna pelota, y avisa a sus próximos rivales en esta Copa América Centenario, Argentina y Chile, de que los panameños siempre se han "caracterizado por luchar, y pase lo que pase van con la frente en alto".

"Cuando llegamos a la Copa dije que teníamos que disfrutarla, pero con responsabilidad, porque sabemos que tenemos posibilidades. Vamos a hacerle, porque, aunque sobre el papel podemos ser los más débiles no vamos a quedarnos ahí, vamos a lucharla, vamos a pelear", advierte.