El Canarias es campeón en Europa. Casi nada. Ganar una competición, sea larga como una Liga o no tanto como esta BCL, es reivindicar un estilo, una manera de jugar, una forma de ser. Un partido se puede ganar improvisando; un título, no.

El sello de este equipo, gestado desde la apuesta de continuidad con Alejandro Martínez, y revitalizado por la mano experta y el liderazgo de Txus Vidorreta, es inconfundible. Juega así, alegre, abierto, arriesgado... y así gana cuando los tiros desde 7 metros le entran a White, como en Avellino, como en Strasburgo o como ayer, o a Grigonis o a Doornekamp. Héroes o villanos. Es, en el fondo, la aceptación plena de un estilo. Un todo o nada, la locura más sensata cimentada sobre la base de una defensa cuya eficacia está reflejada en los números (es el equipo que menos encaja en la exigente Liga española).

Esta semana, Joan Plaza, el técnico del primer campeón europeo de la temporada, recomendaba a los canaristas la conveniencia de desdramatizar cada jugada, de intentar practicar baloncesto con la soltura que se juega en el patio de un colegio. Plaza sabe que en las finales se encoge la mano del tirador, no en vano acaba de ver cómo se bloqueaba el Valencia ante su público para engordar la vieja maldición de que el organizador no gana en casa, vigente aún en la Copa del Rey. Ese triple final de Davin White, con 3 puntos de ventaja y el corazón en un puño, dibujó gráficamente la receta de Plaza. White se acercó al abismo, se paró en 7 metros, miró a un lado para distraer y lanzó uno de esos tiros para la posteridad. La locura más sensata. Somos así y así ganamos.

El viejo Canarias siempre jugó de esta manera. En Anchieta, en el Luther King y, especialmente, en el Ríos Tejera, de la mano del mago Carmelo Cabrera.

El título reivindica una forma de ser.