Los muros y fachadas de las casas de Santa Cruz de Tenerife seguían empapelados por los carteles pegados, sin criterio alguno, ya fuera estético o ecológico, de los variopintos partidos políticos que habían participado el 15 de junio de 1977 en las primeras elecciones democráticas en España tras un largo tiempo de límites a la libertad. Y entre tanto póster que comenzaba a decolorarse con las caras de los jóvenes Adolfo Suárez, votado para ser el primer presidente de España en democracia, o Felipe González, se colaba en las calles de El Toscal uno con lo que más importaba a los vecinos del emblemático barrio santacrucero: el anuncio de la final del Campeonato de España de Aficionados, previsto para el 2 de julio en el mayor coliseo de la capital tinerfeña.

El Toscal celebra hoy que se cumplen 40 años de uno de los mayores éxitos nacionales del deporte canario y el logro con más eco de su equipo de fútbol, un histórico ya extinto. El equipo capitalino, entrenado por Enrique Sanfiel, se proclamó la noche del 2 de julio de 1977 campeón de España de Fútbol Aficionado al derrotar por 4-2 al Almansa en el estadio Heliodoro Rodríguez López en el encuentro de vuelta de la mayor competición futbolística para clubes no profesionales. Era la guinda a una temporada redonda, ya que dos meses antes, bajo la condición de campeón de Preferente en Tenerife, había ascendido a Tercera División, siendo, tras la UD Las Palmas y el CD Tenerife, el tercer equipo canario en pisar la categoría nacional, honor compartido con el segundo equipo amarillo que también subió a esa división, remodelada ese año con la creación de la aún vigente Segunda División B.

La Liga de Primera había acabado a finales de mayo con el Atlético de Madrid, con el tinerfeño Robi en sus filas como campeón; una semana antes de la gesta toscalera, el Betis, convirtiendo a su portero Esnaola en héroe y al mítico Iríbar en villano, había ganado la Copa del Rey al derrotar a los penaltis al Athletic. El Club Deportivo Tenerife, con Mariano Moreno de entrenador, había acabado sexto una temporada engañosa, en la que coqueteó con los puestos de descenso a mitad de la Liga, para esprintar sin tiempo de llegar a la cúspide.

A mediados de abril y a falta de una jornada para la conclusión de la Liga de Preferente, el Toscal conoció su destino: el ascenso a Tercera. Y tras acabar esa competición local, comenzó su participación en el Campeonato de España de Aficionados, un torneo creado en 1930 para la proyección de los futbolistas amateurs. En esa edición, Canarias participó con el Toscal y el Orotava, representantes de Santa Cruz de Tenerife como campeón y subcampeón, y Las Palmas Atlético y Artesano, los dos primeros clasificados en la provincia de enfrente. Estos cuatro equipos se cruzaron, pasando el filial amarillo y el conjunto toscalero a los octavos de final.

Además de doblegar al Artesano, el Toscal superó, en eliminatorias a doble partido con desplazamientos que se convertían en auténticas odiseas por la condición amateur de los futbolistas; al Pedro Lamata ceutí, con suma facilidad; al Alcorcón y, en semifinales, al Deportivo Gijón, partido en el que un jovencísimo David Amaral erró un penalti en El Molinón, llegando a la final contra el Almansa, que decidió a su campeón en la tarde-noche del 2 de julio de 1977 en un casi repleto estadio Heliodoro Rodríguez López, donde los asistentes dejaron de taquilla 1.350.725 pesetas (8.118 euros, todo un dineral para una época en la que el precio de una vivienda podía ser 12.000 euros y el periódico costaba nueve céntimos). El estadio de 1977 solo tenía capacidad para 14.000 espectadores.

Enrique Sanfiel, entrenador del campeón y que se apoyaba como segundo en el aún hoy activo Carmelo Marrero, señalaba a la camaradería como una de las claves del éxito. Esa complicidad entre los protagonistas aún dura hoy, 40 años después, al punto que los protagonistas siguen en contacto, vía whatsapp, y ayer, en el Casino de Santa Cruz, celebraron una cena en la que recordaron el mayor éxito de sus vidas deportivas.

La gesta del Toscal fue en su día altamente celebrada por un barrio que respiraba fútbol y cuyos niños admiraban tanto a Pepito y Ananías, sus héroes locales, como a Leivinha y Pereira, brasileños de un Atlético de Madrid recién proclamado campeón de Liga.

Al menos durante su primer año en Tercera División, el club tinerfeño contó con el apoyo de los habitantes de un barrio sabio y orgulloso, y raro era el edificio en el que no había más de un socio del club, que tenía su sede en la calle San Martín.