Llegados a este punto, con el Tenerife descolgado de la zona de aspirantes y ya más bien amenazado por peligros mayores, lo único que parece inteligente es ahorrar en energías críticas para centrar los esfuerzos en la búsqueda de una solución. En el fútbol, las cosas cambian cada semana, pero no tanto para seguir sostenidos solo por el propósito de enmienda de un personaje, José Luis Martí, que ha estado acorazado por su figura. Estamos ante un entrenador revestido en esta plaza de todas las prerrogativas que se ganó con el ejercicio encomiable en su etapa de futbolista. Fue entonces y ha sido ahora un hombre de club. Jugando contribuyó a conseguir un ascenso; entrenando, sin embargo, es la cabeza visible y máximo responsable de una temporada que parece condenada al fracaso.

En la tercera jornada de esta Liga, con ocasión de la visita a Zorrilla, Santiago Llorente dijo que la gran apuesta que hizo el club confeccionando una plantilla envidiada por los entrenadores rivales representaba una prueba de gran calado para Martí. Con 25 partidos jugados, el entrenador no ha puesto su parte.

El Tenerife tiene tiempo para llegar a uno de los seis primeros puestos, a pesar de que al final de esta jornada puede estar a casi cuatro partidos de distancia. Lo que necesita para remontar es hacer un equipo de una vez y ponerlo a jugar con continuidad. Ahora no lo tiene, ni táctica ni futbolísticamente. Pero los responsables del club, que han sido extremadamente prudentes en el manejo de esta situación, contando hasta cien, no solo están a tiempo de provocar que alguien con las cosas claras ponga a este equipo en pie sobre la base de una idea concreta de juego, sino que además están obligados a intentarlo.

Ya no quedan razones para mantenerse en la duda.