Mezclar deporte y política es el peligroso y obtuso combinado que suele terminar mal. Durante años dominó la Guerra Fría y evitó que deportistas de ambos bloques pudieran competir con sus rivales en buena lid.

El estrambótico ministro británico de Asuntos Exteriores, Boris Jonhson sugirió algo similar meses atrás en respuesta a un supuesto intento de asesinato de un espía ruso en Londres, pero la fuerza y dimensión económica que ha cobrado el fútbol le obligó a recular, e Inglaterra inicia hoy su andadura en Rusia 2018.

Y el pasado viernes, 24 horas después de que arrancara esta cita mundialista, Arabia Saudí anunció que denunciaría a la cadena de televisión BeIN Sport, propietaria de los derechos en Oriente Medio y de capital catarí, por unas palabras de sus comentarias que consideró ofensivas.

Un fleco más del pulso diplomático que mantienen ambos países, y que amenaza con empañar el mundial de 2022.

La última gran polémica, sin embargo, se ha organizado en torno a marca deportiva norteamericana Nike y las sanciones impuestas por la Casa Blanca al régimen iraní hace más de 40 años, cuando aún no habían nacido ninguno de los jugadores de la selección persa.

Un castigo de otro tiempo, obsoleto, impuesto por razones ajenas al fútbol, que ha obligado a un grupo de jóvenes a gastarse parte de su sueldo -excepto casos aislados, los futbolistas iraníes están muy lejos de los emolumentos de las estrellas- en botas de fútbol, su herramienta de trabajo más elemental.

Y ha extendido una sensación de injusticia y abandono en un grupo de hombres que solo ambicionan jugar al fútbol y que en algunos casos, como el del capitán Masud Shojaei, incluso se han enfrentado de manera abierta al régimen iraní en demanda de cambios, poniendo en riesgo su propia carrera y su presencia en el mundial.

"No quiero hablar de eso, solo quiero decir que la política no tiene que ver nada con el deporte, aunque eso fue lo que intentó hacer Nike, y no creo que fuera bueno", explica Alireza Jahanbakhsh, una de las estrellas de la selección persa, sorprendente líder del grupo B.

"Yo no soy el responsable de hablar de esto, pero sí, hemos firmado una carta todos los jugadores, la hemos mandado a la FIFA y probablemente la enviemos Nike. Esperamos tener buenas reacciones", agregó.

A día de hoy, nada se ha resuelto y los jugadores iraníes deberán jugar frente a España con las mismas botas con las que derrotaron a Marruecos el pasado 15 de junio en el estadio de San Petersburgo, y que han pagado de su bolsillo.

La mayoría de ellas de la marca Adidas, la misma que viste al combinado asiático.

La multinacional deportiva norteamericana aseguró al inicio de la polémica que no es "una decisión nueva" y que "lleva años respetando los requisitos legales" que imponen las sanciones de EEUU a Irán.

Y es precisamente en este punto donde las últimas palabras acerca del asunto del entrenador iraní, Carlos Queiroz, cobran una dimensión especial.

En declaraciones a Efe, el portugués se preguntó por qué si es un asunto antiguo, ya conocido, alguien ha querido sacarlo de nuevo a la palestra a días del inicio de la copa del Mundo, en la que Irán participa por quinta vez.

A lo que añadió unas crípticas palabras que dejaban entrever que las dificultades a las que tiene que hacer frente su equipo van más allá del terreno deportivo.

"Queremos dedicar esta victoria, tras tanto sacrificio, a los verdaderos seguidores del equipo nacional, quiero excluir aquellos que pusieron en riesgo la preparación de Irán. Nuestra victoria es para aquellos que realmente apoyaron al equipo y para no aquellos que pretendieron parecer que lo apoyaban", afirmó.

Flechas que tenían como objetivo tanto a quienes dentro de la propia República Islámica tratan de reducir la presencia internacional del equipo, que hace más visible y patente la crueldad del régimen de los Ayatolá.

Fuerzas retrógradas dentro de la dictadura que observan con desagrado cómo las mujeres entran en los estadios, se quinta el velo y muestran un Irán diferente, más rico y heterogéneo, del que ellos tratan de vender.

Y a todos aquellos fuera de Irán que preservando la estrategia del enfrentamiento fortalecen el destructivo discurso de esas mismas fuerzas retrógradas, acallan a los que defienden la apertura y la reforma, y hurtan a los iraníes las vías y herramientas para reclamar la libertad.

"No tenemos campos, tuvimos problemas, y como dije antes del partido, tomar estas dificultades como inspiración y motivación, es algo muy especial", explica Queiroz.

"Porque entrenamos y jugamos en peores condiciones, sin campos, sin amistosos, con sanciones. Creo que es mi deber delante de vosotros decir que dejéis a nuestros jugadores que disfruten del fútbol, como todas las naciones del mundo", agregó.

"Ellos quieren expresarse y jugar al fútbol, y estamos en este Mundial con el paraguas de FIFA y el objetivo de FIFA es dejar las políticas a un lado pero eso no pasa

Queiroz insistió en que "es injusto para 23 chicos que quieren jugar al fútbol y merecen ser tratados como todos los jugadores del mundo" y subrayó que es su deber y el de todos los demás darles las herramientas para que "jueguen porque quieren poner la camiseta en un mejor lugar, más alto, para la gente".

"Qué Irán gane, que esté en el mundial, es bueno. Nos ayuda a dar una mejor imagen de la gente del país y a poner en solfa al régimen. Todos deberían apoyarnos para que se ve su verdadera cara", concluía un periodista iraní de una cadena persa de oposición en el exilio.

Dejar la política a un lado para que, paradójicamente, sea la política constructiva acunada en los brazos del deporte, el deporte rey, en este caso.