Ochenta años hacía que Alemania no se quedaba fuera en la primera fase de una Copa del Mundo. El desastre protagonizado por los vigentes campeones ante Corea del Sur tiene un precedente en 1938. Era la segunda edición del Mundial y Jules Rimet, ante el clima prebélico que ya se vivía en Europa, decidió saltarse la rotación de continentes para repetir. Así, de Italia en 1934 se pasó a Francia. Esto provocó la deserción de Argentina y Uruguay, con lo que todo parecía indicar que la selección transalpina era favorita.

Sin España, entonces en plena Guerra Civil, fue Alemania la que levantó la mano como alternativa. Y lo de levantar la mano fue literal, pero para aplicar el saludo nazi. Apenas tres meses antes del Campeonato, se había producido la anexión de Austria (Anschluss). Fue el primer paso en los delirios expansionistas de Adolf Hitler, al que luego siguió la crisis de los Sudetes y la invasión de Polonia que desencadenó la Segunda Guerra Mundial.

Pero en aquel momento, los austriacos tuvieron que renunciar a la plaza ganada sobre el campo para el Mundial porque ya no eran una nación, sino parte de Alemania. El padre del fútbol en Austria, Hugo Meisl, había logrado conformar una gran selección capitaneada por el mítico Matthias Sindelar. De hecho, cuatro años antes solo un pésimo arbitraje la dejó fuera de la final en beneficio de Italia, que tenía que ganar "por orden" de Mussolinni.

De aquello salía fortalecido el combinado germano que dirigía Sepp Herberger, que incluyó a nueve austriacos en la formación. Eso sí, se quedó sin Sindelar y Nausch. El primero, que se había manifestado más o menos en contra de la ocupación nazi, "protestó" en la despedida del Wunderteam ganando a Alemania en el Práter de Viena (2-0) y celebrando el gol definitivo con una especie de danza guerrera delante de la tribuna de los jerarcas de Hitler. Luego, alegó falsas lesiones para no acudir al Mundial de Francia. El segundo, capitán de Austria, estaba casado con una judía y huyó a Suiza.

El caso es que hasta cinco austriacos fueron titulares en el once que la Alemania nazi presentó ante Suiza. En los prolegómenos, el saludo brazo en alto para despejar dudas de la integración. En el campo, un equipo ecléctico mezcla del vigor y solidez germana con la clase y la técnica austriaca. Aquello no casaba. Resultado: 0-0. Los Hahnemann, Raftl, Mock, Neumer, Pesser, Schmaus, Skoumal, Stroh y Wagner no acababan de estar motivados.

Empieza entonces la guerra de nervios. El periódico nazi Völkischer Beobachter titula: "Sesenta millones de alemanes juegan en París". Cuatro días después, Herberger prefirió nadar y guardar la ropa. Incluyó nueve alemanes y dos de Ostermark (así se llamaba a Austria en el régimen) en el once y solo lo dio a conocer instantes antes del inicio del partido por megafonía para no dar pistas al suizo Karl Rappan. Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda de Hitler, había dicho horas antes del encuentro que "una victoria era más importante que la conquista de algún pueblo del este". Pero la cosa no fue bien: 4-2.

Alemania se marchaba entre abucheos del estadio de Colombes, humillada por una temprana eliminación del Mundial que pretendía ganar como nueva señal de su emergente hegemonía. Herberger, que había sido nombrado seleccionador por decreto en 1937 en sustitución de Otto Nerz, siguió en el cargo hasta 1954. Ese año, precisamente en Suiza, logró que su país se proclamara campeón del mundo.