En el artículo anterior acabamos citando qué activos son los más idóneos a la hora de invertir en un entorno deflacionista. Comentamos que la posición más ventajosa es permanecer en liquidez -o en activos monetarios y/o de tesorería- o en renta fija de extremada calidad -que garantice el cobro de los sucesivos cupones comprometidos, además de la devolución del principal-. Finalmente, la renta variable no parece la mejor opción. Vamos a ampliar estos apartados.

En un entorno en el que los precios bajan, parece razonable mantener nuestras inversiones lo más disponibles posible. Al fin y al cabo, trataré de aprovechar alguna oportunidad si los precios bajan hasta un nivel en el que lo que antes era "caro" ahora resulte "barato". O, y específicamente hablando de los inmuebles, por lo que antes se llegó a pagar un disparate ahora aparece como correctamente valorado. Ojo con ese tradicional efecto ancla.

Es cierto que en este entorno deflacionista, la rentabilidad de esta posición en tesorería es nula o casi nula (ya se encargará el BCE de poner toda la carne en el asador para que así sea). Por lo que resulta oportuno recordar un concepto que no debemos perder de vista: la rentabilidad real, es decir, la rentabilidad descontada el efecto de la inflación.

Pero ahora, en lugar de restar, debemos sumar. Dado que los precios bajan, una inflación "negativa" me aporta una rentabilidad adicional, en tanto en cuanto cada euro de rentabilidad nominal tiene mayor capacidad adquisitiva. Dicho de otra manera, por cada euro puedo comprar más cosas. O a cada cosa que quiera comprar tengo que dedicar menos euros.

Respecto a la renta fija, asumiendo plazos de inversión superiores a los correspondientes en los párrafos anteriores, el razonamiento es análogo. Busquemos emisores extremadamente solventes que den visibilidad a los pagos de los cupones y que no generen dudas respecto a la devolución del principal. Sabemos que a mayor calidad crediticia, menor rentabilidad ofrece. De nuevo, la inflación "negativa" juega a nuestro favor.

Pero el debate se centra no en los activos monetarios y de renta fija, sino en qué hacemos con la renta variable. Sabemos que la deflación momentánea puede ser incluso positiva, al purgar excesos del pasado. Del mismo modo que cierto nivel de inflación también es deseable. El gran problema de la deflación es cuando deja de ser temporal y se convierte en permanente.

Como inversor en renta variable, me deben preocupar algunos aspectos claves. Entre ellos destacaría el beneficio por acción y la tasa esperada de crecimiento de estos beneficios, además de su calidad. El entorno deflacionista genera enormes tensiones en los márgenes empresariales, que acaban trasladándose a sus beneficios. Ante una situación de bajada de precios, la exigencia sobre su eficiencia de gestión aumenta drásticamente, pudiendo comprometer el crecimiento futuro de sus resultados. Sólo en aquellos sectores que muestren cierta capacidad de mantener sus precios encontraríamos algo de valor. Y de éstos hay pocos.

Analicemos bien y asignemos adecuadamente los activos de nuestra cartera de inversión.

*EAFI, nº 65 registro CNMV. Socio As. Financiero PARANGON Family Office