Creánme que para describir este menú no hacen falta volúmenes. Es más, la secuencia del chef Antonio Arazo y el género (traído prácticamente todo de Huesca) sirve "per se" de inequívoca credencial culinaria. No hace falta, en definitiva, andarse por las ramas.

De antemano, la convocatoria que perdurará hasta este domingo en el Hotel Escuela podría intuirse como de fogones "duros", cargados de grasas; maneras recias de Aragón, condumios potentes y pesados... Nada más lejos de lo que se encuentra el comensal.

El denominador común de la mano del cocinero es la finura. Nada de salsas indigeribles o enrevesamientos; por contra, apuesta por los sabores primigenios. Huye Arazo de los enmascaramientos y, en otros momentos, deja que a la materia prima que transmita toda su personalidad, caso de los embutidos o los quesos (el de Radiquero compite con cualquier tipo azul que se le ponga por delante).

Me encantó la gallina trufada y alcaparras de Ballobar, realmente encomiable -otra vez la finura-. Agasajador, mientras los bisaltos (tirabeques, "habichuela" plana) con un escabeche de mero mesurado, sin estridencias. Tras el sorbete de limón y aguardiente de Colungo el surtido de ternasco, con frichín negro, hongos de Supervia y papas a lo pobre culmina con notable -nota que pone un servidor, cansado de algunas carnes para cerrar el menú-. El postre es contundente, pero con surtido y aligerado en parte, ya que es un conjunto de torrija, yogur de oveja de Fonz, frutos secos y rojos, helado de chocolate de Benabarre -buenísimo- y miel ecológica. Perdonen la expresión, pero no me quedé en absoluto "abollado". Cerveza Dorada para los entrantes, buen maridaje, al igual que los Enate (D.O. Somontano). Como se dijo, hasta el domingo. (822 01 05 00; 32 euros p/p).