Adivinarán que para este comentario de hoy no habré de recurrir a planteamientos como los expuestos en las ponencias de Gastronomika, en San Sebastián, así como tampoco adecuar el lenguaje a definir elaboraciones con complicadas técnicas de vanguardia.

Muy al contrario, paladea un servidor este viernes la posibilidad de escribir simplemente sobre la excelencia, incontestable, de ese género que guarda Ángel Blázquez en un templo en el que el "friso" es la alineación de patas de jamón dispuestas para cortar por la mano maestra del propietario del establecimiento candelariero.

La misma agradable disposición hacia el comensal por parte de este extremeño de nacimiento como tajante el sabor del surtido de embutidos, de jamones, de las piezas cárnicas, amén de revueltos, ensaladas y más de esas cosillas que nos hacen feliz la vida un rato, copa de buen vino en mano.

Así que, tras tanta "compromisitis" a la que obligan estas fechas con todos, en el horizonte me deleito y repito la misma frase hecha con determinadas personas: "Sí, que nos vemos un día de estos, pero nada de comida en regla, santo Dios; media ración de jamón y un par de tintos bien servidos".

Como premonición, me veo ese instante sentado en la terraza de La Catedral del Jamón (que ha cumplido recientemente dos años de andadura); el buen talante de Ángel, que sugiere el caldo para acompañar con un surtido generoso: queso recio, jamón (de Extremadura, de Huelva, de Salamanca)... Más aún: morcón, lomo embuchado, salchichón.

Unos rayos de sol se asocian al picoteo y es que ahora viene a la mesa una mixtura de carne en su punto: solomillo, secreto, pluma, presa, costilla, escudado todo por pimiento de piquillo. El apunte fresco con la ensaladita sencilla de la casa a base de aguacate, tomate aliñado y anchoítas.

Así les decía ya al principio que no hacía falta retórica pincelada ni especial conjunto de descripciones sobre lo que les aguarda. Más bien, ponerse en el lugar de este comentarista, viniendo aquí, claro.