HACE YA ALGUNOS AÑOS, todavía en época de vacas gordas, alertaba de que si los clientes no se tomaban en serio las reservas de mesa en los restaurantes, éstos acabarían por exigir, para formalizarlas, sobre todo en mesas de más de cuatro, el pago por adelantado de una cantidad, lo que llamamos unas arras.

Unos días atrás, un buen amigo y excelente gourmet nos comentaba que había hecho una reserva para siete personas en un importante restaurante madrileño. A vuelta de correo electrónico, mi amigo se encontró que el establecimiento le exigía el depósito previo de 500 euros. Hemos indagado, y el caso empieza a ocurrir en varios buenos restaurantes de la capital.

Se veía venir, sin necesidad de emular a los profetas mayores, ni siquiera a los menores, del Antiguo Testamento. Era, y me temo que sigue siendo, moneda corriente el hecho de que haya gente que efectúa una reserva y luego no aparece, con el consiguiente perjuicio para el restaurante, como pueden comprender, directamente proporcional al número de plazas reservadas. Que los restaurantes, ahora, en tiempos de vacas flacas, reaccionasen, era algo que cabía esperar.

Y es que picaresca, en esto, hay mucha. O, más que picaresca, poco respeto. Desde el ciudadano que reserva en varios restaurantes para la misma fecha y hora y decide en el último momento a cuál va, hasta casos que, desde fuera, pueden parecer divertidos pero que al restaurador no le hacen gracia ninguna.

Una reserva es algo sagrado, que sólo se rompe por causas de fuerza mayor y, desde luego, avisando al restaurante. Yo reservo siempre; y si veo que no voy a poder ir o me voy a retrasar hago una llamada advirtiendo de ello.

Pero de tanto tirar de la cuerda, los restauradores empiezan a estar hartos de que se rompa siempre por el mismo sitio... y, como ya ocurría en otros países, piden una cantidad que cubra parte del perjuicio que causaría no aparecer por allí.

Me parece legítimo; me parece muy bien. Sobre todo, insisto, en mesas de más de cuatro comensales. Una mesa de diez rompe los esquemas de cualquier restaurante (a veces hay que contratar un extra).

De modo que estas arras que empiezan a cobrarse en muchos sitios no son, al final, más que la justa penitencia por un comportamiento irresponsable. Si no van a ir, llamen. Y cuanto antes, mejor. Pórtense como señores.