Tras pasar el umbral de una entrada y fachada discretas, despista algo toparse con la estilizada barra y la fila de butacones y mesitas de línea moderna. Una vez que se avanza por el corredor, luego aparece la luz: la de la sala diáfana y afable, y la de los emplatados del cocinero.

Es hoy de esos comentarios que agradan ponerse a redactar. Por los ingredientes, la juventud y talento contrastado del cocinero, aunque deba limar detalles, y, por lo que se puede entrever, la filosofía franca y sin enrevesamientos sobre recetarios tradicionales, que son los que actualmente clama el gran público.

"Clásica, pero arregladita", como la define el chef tinerfeño David de la Cruz, con formación de Escuela en Sevilla. La síntesis adopta realidad fehaciente en el bacalao "al ajo", que comentaré dentro de unas líneas.

Me encantó de primeras -como también me encantó la ensaladilla cremosa de la casa- la definición sin ínfulas que en otros casos se tornan en sentencias tipo "recetario tradicional español con ribetes reinterpretados y matices de autor". En fin.

Desde mi esquina pude apreciar la serie de detalles que suman a la hora de decidirse por un restaurante, aparte de una carta lo suficientemente interesante y/o expresiva.

Por supuesto, aquí evitan, para comenzar, la inefable tarrina de margarina y se ofrecen tres tipos de mantequilla, una de piquillo. Se cuida más o menos el pan.

Yésica Cabrera López atiende en la sala sin encorsetamientos o "rigideces" que tanto llegan a incomodar en esos restaurantes de Dios. Cordiales atenciones cuando trae a la mesa el aperitivo de cortesía, una tostadita con pasta de queso ahumado y anchoa, y trazos tenues de tapenade (de aceituna negra).

Mientras se va preparando un Viña Pedrosa 2006 (Ribera del Duero), que llega a temperatura perfecta, hay expectativas ante el pulpo a la gallega.

No es cuestión de bailar la muñeira, pero, por fin, hay un lugar en el que no se confunde el pulpo a la gallega con el pulpo a feira. Y con el resultado del octópodo en su esplendidez, con la papa, el pimentón y el aceitito bien dispuestos. Curioso -e interesante- el hecho de que el cocinero opte por dejar la piel en el tubérculo.

Con la copa del tinto referido, cabe resaltar precisamente otro de esos puntos fuertes de El Cañizo: una bodega bien armada, con referencias que no van a fallar y a un precio como para alegrar el bolsillo.

De la Cruz impone carácter en el bacalao con ajo como protagonista. Aunque no apto para los enemigos del bulbo -hay por supuesto otras variantes con el insigne pescado-, el conjunto tiene connotaciones sápidas que no enmascaran el sabor del género principal. En realidad, se presenta con un gratinado de alioli aligerado con un menudillo, diríase a modo de pisto, que resalta y se adecua a las cualidades del fruto del mar. El punto de cocción, excelente.

La brocheta de solomillo y otras propuestas cárnicas salen a menudo, y queda claro que el chef no es como el camarón aquel del dicho, que se duerme, y pone ojo avizor en las calidades en pro de uno de los platos estrella. Antes, los huevos estrellados, con la alegría dulzona de la cebolla, es de los platos de batalla que van de maravilla con el tinto.

La faceta dulce sigue la línea notable de la salada, algo tan importante. Personalmente, las torrijas aligeradas pueden aquí ser todo un icono, y no desmerece la tartaleta de limón. Quedo en probar el carpaccio de piña.