AQUELLOS QUE CUANDO eran niños y se les hacía dibujar un pollo lo representaban ya decapitado y desplumado, listo para asar, les extrañará saber que esa ave tan poco valorada hoy fue, hasta la generación anterior a la suya, una encarnación del lujo gastronómico a la altura de, pongamos, la langosta.

En cambio, quienes crecimos deleitándonos con las andanzas del Carpanta de Josep Escobar, cuyo sueño inalcanzable era un pollo asado, sabemos lo que significaba llevar uno a la mesa: era plato de días muy señalados, que además solía generar bastantes conflictos emocionales porque lo normal era que el pollo llegase vivo a casa y el pequeño de la familia lo tuviese más por compañero de juegos que por presunto manjar... que, una vez cocinado, se negaba en redondo a comer.

Pero el pollo, aunque hoy no lo aprecie nadie si no le ponemos apellidos, origen y pedigrí, fue hasta hace nada comida de poderosos, vetada al pueblo llano salvo que este fuera propietario de un gallinero, y aún así serían más los pollos que vendería que los que consumiría. Daban dinero, los pollos. Y las gallinas, fábricas de huevos y pollos...

Esa alta consideración del pollo viene de muy atrás. La Europa carnívora se saciaba más con cerdo que con aves de corral; estas eran bocado demasiado refinado, "caviar para el vulgo", como hace decir a Hamlet Shakespeare.

Juzguen, pues, la cara que se les pondría a unos soldados del duque Leopoldo V de Austria, quizá el más importante elector del Sacro Imperio de la época, cuando, a finales del siglo XII, sorprendieron en los aledaños de Viena a un individuo con traza de peregrino mendicante que, pese a su aspecto zarrapastroso, insistía en las posadas en que se le sirviese pollo asado.

¡Pollo asado, nada menos, que ellos, fieles servidores del duque, no cataban nunca!... Por si sí o por si no, lo detuvieron y lo llevaron ante su señor. Para Leopoldo, fue como si le hubiese tocado la lotería, porque el falso peregrino era nada manos que Ricardo I Plantagenet, rey de Inglaterra, conocido por el sobrenombre de "Lionheart", Corazón de León. Murió, en efecto, joven, de una manera bastante estúpida: cuando inspeccionaba el asedio de un castillejo francés de poca importancia, un chico le disparó con su arco, más que nada por probar. Le dio. La herida no era mortal, pero los cirujanos de la época se encargaron de que lo fuese.

Una flecha de pruebas... Ya sería el colmo que las plumas de esa flecha hubieran sido de pollo.