Recuerdo nítida aún aquella información referida al célebre Ferrán Adriá cuando alabó el trasfondo de la película "Ratatouille", con fotografía incluida junto a la simpática rata protagonista, Remy.

Al margen del aspecto claramente promocional y procurando descascarillar el lado netamente pueril del filme dirigido por Brad Bird, lo cierto es que el instante culmen del severo crítico gastronómico, que retorna de un sopetón a los sabores de su infancia tras probar un guiso de verduras, supone una evidencia de cómo funciona la carga de memoria gustativa en cada comensal.

En este espacio lagunero, coqueta y acertada disposición de mesas y decoración -sin recursos de recargamiento, al igual que en cocina-, experimenté ese "efecto" del crítico de Ratatouille nada más saborear el pastel de carne con salsa de vino. Una propuesta culinaria que me sacó del aburrimiento generalizado con el género cárnico, con el repunte dulzón de condimentos bien administrados y el acompañamiento de unas papas fritas "de libro".

Temo de antemano las maravillas atribuibles a platos de tías, abuelas... Sin embargo, las garbanzas al estilo Malela suponen un encuentro con el estilo en el que el conjunto está ensamblado en la salsa y gustoso, lejos de que las legumbres presenten esos rasgos "secorros" que tanto me encuentro.

Sirvan como punta de lanza ambos detalles sobre una forma de entender la restauración que nace de una ilusión preconcebida y que, finalmente, se materializa a pesar de los tiempos difíciles.

Posiblemente muchos chefs de renombre suspirarían por este formato de pocas mesas y carta dimensionada que hacen posible Chantal Machado, Mari Cristo y Raúl de la Rosa. Cocina de mercado e interpretaciones medidas del recetario, con coherencia, por el joven cocinero Juan Ramón Mateos, a quien se adivina buena mano y mucho todavía por demostrar.

Claro está que hay aspectos que quedan por redondear, pero huye este lugar delicioso de la ahora tan frecuente batería de sitios consagrados a un, en no pocas ocasiones, más que cuestionable picoteo.

Me gustó personalmente para abrir boca el hummus de la casa (la crema de garbanzos al estilo libanés) y resultó curiosa, aunque falta de algo de expresividad en el aderezo, la ensalada de espinacas y peras.

La atmósfera que se genera aquí juega en favor de la conversación y se disfruta con el amigo o la pareja. Estoy por la labor de probar esos primeros (arvejas, huevos a la inglesa...), así como las milhojas de bacalao con papas negras y tomate confitado, el lomo de merluza o el solomillo de res con queso ahumado palmero.

En la faceta dulce, vaya si me encantó el bonoroso de manzana, y muy dignos de mención el flan de café y la tarta de chocolate con galletas María. Convence la relación calidad-precio, aunque sería favorable alguna incorporación más en la carta y la bodega. (c. S. Juan, 66; 922 25 35 44).