Sobre el esqueleto de una casona del siglo XVIII, pero sin apenas robarle la esencia de su espíritu, el arquitecto Alberto González Martín-Fernández supo conjugar en 2010 los pasos de una concienzuda restauración.

Desde entonces, la Casa Albar se proyecta a partir de una atrevida fusión que incorpora elementos de distintos ámbitos, capaces de convertir este edificio en un espacio multidisciplinar, en ese punto de encuentro donde convergen pasado y presente y que, en diálogo con la ciudad, se abre a la vista recia de la Torre de la Concepción, o bien se arropa al abrigo íntimo de su cálido interior.

Y como su propio nombre descubre, desde esta casona de dos plantas se reivindica el alba, que es la transparencia: el valor de lo diáfano. Y precisamente a partir de ese tránsito, como lo haría la luz, se van alumbrando la terraza, en la propia entrada; una tasca-bar, poco después; el patio como lugar de copas, donde la combinación de metal y cristal antecede a la piedra y los artesonados de madera que abrazan el restaurante.

El concepto de la cocina, elaborada según los cánones de Jesús David Ramos, participa de estas mismas sensaciones: es clásica, tira de tradición, pero se da la mano con toques caseros, aires de creatividad atemperada y ciertos guiños de recetario canario, sin llegar a empalagar ni superponerse unos a otros, sino presentados en su justa medida.

Tal es así que hay pinchos que se hacen platos o viceversa, con viajes de ida y vuelta desde la tasca-bar al restaurante, como es el caso de unos deliciosos bocados de tortilla, solomillo de res y salsa de setas; otros de tortilla, acompañada de cordero al horno y champiñones; un bacalao confitado con puré de batata y cebolla caramelizada o el solomillo a la canaria, la popular carne de cochino con su mojo rojo y vino.

En Casa Albar no faltan referencias de cuchara: crema de verduras; caldo de huevos escalfados; poxas con langostinos... Y mientras Adal descorcha un blanco de Rueda, los entrantes se hacen reconocibles en unos huevos rotos con chorizo, de sabor a tierra, o una ensalada templada de aguacate y langostino, cubierta con crujiente de millo.

Los pescados y las carnes completan una sabrosa oferta que se endulza con unos postres de fábula: huevos moles, milhojas de toffe, torrija con helado, bombón de chocolate...

En Casa Albar se encierra todo ese buen gusto que destila un delicioso patrimonio.