Tocar, oler y escuchar no parece lo más importante a la hora de cocinar, salvo que el chef sea una persona invidente que necesita desarrollar al máximo esos sentidos para poder preparar una receta sin ayuda, ni contratiempos; una tarea difícil que requiere mucha práctica e inteligencia.

Ambas cosas les sobran a los alumnos de los cursos que desde hace tres años pone en marcha cada trimestre la ONCE y que busca ampliar el repertorio culinario de las personas con problemas visuales o ausencia total de visión que cada día tienen que cocinar para ellos o para alimentar a sus familias.

La habilidad, en muchos casos, ya la traen de casa, de su propia experiencia vital que les ha obligado a espabilarse para manejarse sin ver, ha explicado el cocinero Julián Huertas, profesor de cursos para ciegos desde hace nueve años.

"La noche anterior a la primera clase no dormí pensando en cuánta gente se me iba a quemar, y, después, cada día que he pasado con ellos he aprendido algo nuevo", ha asegurado Huertas.

Y bromea al recordar que en sus primeras clases se sentía "como un perro olfateando todos los alimentos", y ahora ya sabe distinguir por el olor un pimiento rojo de uno verde.

Cada miércoles, Julián Huertas enseña a cocinar a un grupo de ocho personas, de todas las edades y ya en un proceso de integración avanzado, que encuentran en este aula de cocina recetas para afrontar la crisis, repostería, variedades de tapas o platos para hacer en el microondas.

Antes de comenzar a preparar cada plato, el profesor coloca todos los ingredientes ordenadamente en la mesa -adaptada con unos bordes verticales de madera que hacen de pared- y les explica exhaustivamente cuál va a ser el proceso de elaboración.

"Lo fundamental para dar estas clases es que a uno le guste hablar, y yo no tengo problema", ha reconocido.

Poco después, los alumnos se ponen manos a la obra para hacer una ensalada de judías verdes, queso de cabra y nueces, y unas chuletas asadas, divididos en dos grupos, mientras debaten sobre sus gustos gastronómicos, qué vinagre prefieren o cómo hacer azúcar glas en la batidora, sin dejar de bromear sobre fútbol o reflexionar acerca de la crisis.

"Me he dado cuenta de que las discapacidades son las que nosotros nos planteamos, porque, realmente, cuando uno tiene que estar con ellos se da cuenta de que tienen un afán de superación enorme y que pueden hacer las mismas cosas que hacemos los videntes", ha indicado Huertas.

Durante el proceso, los alumnos se encuentran, de entrada, con las mismas dificultades que un vidente a la hora de cocinar: cómo saber si el aceite está caliente, calcular bien una medida, picar bien un ajo o trocear fina una cebolla sin cortarse.

Pero, si con la vista cualquier otra persona recibe el 80 % de la información exterior, un ciego tiene que manejarla a través de otros sentidos, como ha precisado la técnica de rehabilitación Marina Milo, que lleva 27 años enseñando a personas invidentes a desarrollar sus habilidades para que superen sus tareas cotidianas.

Aprender a medir "con un vaso", ubicar un ingrediente en el plato "utilizando las horas del reloj" como referencia, evitar las joyas y la manga larga, y sujetar bien las sartenes son algunos de los "trucos" que ponen en práctica los ciegos en los fogones, con la preparación previa y el orden como premisas.

"Trabajamos mucho el tacto indirecto a través de los utensilios, porque no siempre pueden tocar los ingredientes y tienen que aprender a percibir si un huevo frito está hecho o no por el tacto que les llega a través de una espumadera", ha detallado Milo.

Esther Díaz y Divina Pastora Arribas, que se han apuntado al curso para "poder innovar cada día", han contado que se lo pasan bien en la cocina y que casi todo lo que han aprendido en los fogones se lo han enseñado sus madres o sus abuelas, "como a la mayoría de las mujeres".

"Cuando no puedes ver, te adaptas; se trata de supervivencia, es una cosa intuitiva y sin darte cuenta vas desarrollando sistemas que te permiten hacer muchas cosas que alguien que tiene vista no se plantea", ha afirmado Esther.

José Luis Cita, otro de los alumnos, tiene claro que "hay que defenderse por uno mismo, porque la gente tiene cosas que hacer y no siempre te puede ayudar", aunque reconoce también que se ha inscrito a esta iniciativa para sorprender a su nieto con sus recetas.

Con estos cursos 88 personas han aprendido ya a cocinar, aunque las clases son también toda una lección magistral para videntes, sobre cómo enfrentarse a las trabas que surgen en la vida, sin perder ni un ápice el sentido del humor.