"Nadie puede ser sabio con el estómago vacío". Esta célebre frase, que se atribuye a George Eliot (seudónimo de la novelista, además de traductora, Mary Ann Evans), reza en la carta del restaurante pizzería Bianco e Nero y quizá represente toda una declaración de intenciones.

El local, que está situado en el corazón histórico de la capital santacrucera, responde a su nombre: decoración en blanco y negro, pero sobre todo a su espíritu: sabor a Sur.

Aldo Tasso, el propietario, es un hombre hospitalario, expansivo, que abre las puertas de su casa -vale decir de su cocina-, para mostrarle a quien se sienta a la mesa que Italia no es únicamente pizza y pasta, y que esa simplista reducción se desvanece prácticamente desde el saludo, hasta despejarse completamente si se entra en animada charla.

La terraza, cubierta con un cenador, resulta agradable, pero en el interior se respira calidez y el descorche de un blanco, un Verdeo, anima la llegada de una focaccia al romero que Jessica ofrece para ir haciendo boca.

La ensalada de pulpo, con apio, tomate, albahaca y aceitunas negras, naranja en rodajas sobre un lecho de fina manzana, desprende un frescor de exquisita combinación entre ácido y dulce que anima a continuar con el paladeo.

Por su parte, los mejillones al vapor reivindican el sabor mediterráneo de este marisco, cocinado con pimienta negra, y que se presenta con una ramita de tomillo. La esencia, sin duda, está en la salsa y de ahí la compañía de unas tostas para poder sopetear con gusto.

La secuencia continúa con un plato del recetario casero: los spaghettis con berberechos veraces, sencillos y básicos como el ajo y el perejil, pero qué sabrosos y cómo uno acaba literalemente chupándose los dedos.

La presentación del pescado es original y su composición, trabajada: en milhojas de hojaldre, con mousse de judías negras...

La variedad de la carta resume lo que es la cocina italiana: embutidos; carpaccios; verduras a la plancha; pastas secas y frescas; pizzas; risottos...

Y Aldo, un italiano sabio, sabe alimentar el espíritu.