Hace más de una década, el chef y amigo David Toscano me telefoneó para trasladarme una de esas convicciones culinarias de las suyas, en las que no recuerdo que errara: "Vete a probar a El Silbo Gomero; este chico, Braulio Simancas, lo hace fenomenal".

Así fue cómo el establecimiento de Los Majuelos apareció poco después en el comentario del viernes -por entonces las páginas centrales del suplemento EVS- y así quedaba constatada una forma de pensar y hacer cocina de raigambre canaria con acento tan personal e intuitivo.

Esta semana, en la mejor compañía verdaderamente, estaba en la sala del restaurante y nos dejamos llevar por la secuencia de un chef que, evidentemente, hace gala de madurez y evolución trabajadas y basadas en su idea sobre qué quiere extraer de los fogones.

En ese sentido, cabe recordar que Simancas se hizo con una de las primeras ediciones del Campeonato Regional Absoluto de Cocineros de Canarias, en parte por aquella cremita ligera de papas negras con su carne de cabra confitada.

Los sabores, los matices, el trato detallista al pescado... La misma cesta de panes y el almogrote del entrante anticiparon ya que el cocinero está contento -va a contraer matrimonio-.

Así se vislumbró, por ejemplo, con un túnido formidable, tacos de barrilote (bonito) marcados y perfectamente ensamblados con hortalizas variadas a lo crudité y el chutney-salsa de mango avivado con un toque muy adecuado de jengibre.

Realmente, un equilibrio sápido armonioso, suave picante, en contraposición con la fuerza dulzona de la ensalada presentada en un tarro, de esos herméticos para conservas, que permite mezclar el aderezo al gusto agitando convenientemente el envase. Divertido.

Un Blanco Fransola 2010 de Bodegas Torres a temperatura tuvo elocuente complicidad -hasta reciprocidad diría- con el pulpo asado con puré de batata y su mojito de cilantro.

Un emplatado que no busca sino agradar con los contrastes netamente isleños y las texturas del octópodo sin estridencias y sí con la sencillez del punto de cocción.

En cada apunte sobre sus platos, Braulio ha resaltado su afán de cocinar con el corazón y con "un producto increíblemente bueno". No había más que percibirlo, desde luego. El tinto Mas Rabell de la mencionada bodega Torres, de una añada excelente, 2006, destapó su prodigio de notas elegantes y de estructura aterciopelada junto a una presa ibérica gustosa.

Refrescante y sin sobresaltos la línea dulce expuesta con una suave espuma de yogur con fresas confitadas.