n un lugar de la plaza de La Alameda del Duque, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho que... me "clavaron". Lo que no está escrito -ni lo hubiese imaginado Cervantes- por dos cervezas y una infame ración (¿?) de calamares.

Recurriendo al célebre comienzo del ingenioso Hidalgo Don Quijote, mi intención no es ni siquiera la de amortiguar la rabieta, o protestar o deplorar cómo se puede llegar a tal fritanga, dios mío, y que junto con las birras me exigieran... 30 euretes del ala.

Mi intención es más bien la de exponerles, estimados lectores, cuestiones eternas vinculadas a la gastronomía y los precios, quizá de perogrullo. La verdad que sin objetivo o moraleja, sino más bien para repasar o revisar lo que es toda esa selva de oferta-demanda culinaria que, como en la viña del señor, nos puede "trincar" al paso.

Pues, sí señor: mesa desmontable, terreno de tierra, sillas desvencijadas -eso sí, domingo de Carnaval-; no se me ocurre otra cosa que pedir, a lo Braveheart, dos cervezas grandes y una de calamares.

l desdeñoso hombre de servicio (¿?) del correspondiente puesto trajo dos vasos de plástico y algo que se parecía remotamente al cefalópodo, acompañado por cortes de lechuga (¿?) o lo que pretendía ser lechuga, y servido en un... cacho de cartón.

Bueno, no creo que a estas alturas el que lea esto -y en vísperas de la última traca carnavalera de este fin de semana, se vaya a tirar los pelos, o la peluca, ante perplejidades de este estilo. Nos las sabemos de sobra.

stos puestos quieren acelerar la amortización de la pasta que dejaron en la correspondiente subasta a costa de un cliente ocasional que, eso sí, se deja seducir por un envoltorio digno de atrezzo de película.

No voy a ser yo, pardiez, juez implacable de estas claras exageraciones dado el percal: lo de los calamares es, a todas luces, una evidencia de que, a pesar de todo y para cobrar 30 euros, podrían estar simplemente comestibles. n unos calamares para el público también ha de existir una ética.

Bueno está que cuando se pasa tal momento de apuro (evidentemente no aceptan tarjeta), ya queda uno escaldado como para pasar otra vez más por semejante trance. Así el hombre que sirve (¿? más interrogaciones), pronuncia no con mucha convicción el eslogan a lo Mariano José de Larra (¡vuelva usted mañana!) y, después del desatino de pago por lo que se ha servido recibirá contestaciones a lo José Mota: "¡Que va a ser que no, hermoso!".

videntemente, estos casos son inusuales, pero ya se está observando en restauración que si algunos comercios optan por medir las especialidades en aras del escandallo y que el cliente, satisfecho, vuelva mañana, otros practican casi de forma indecente el si te he visto no me acuerdo. Cambio de moneda por birrias que serán, económicamente hablando, pan para hoy y hambre para mañana.

Recuerdo aquellas épocas doradas en las que espacios culinarios triplicaban el precio de coste de un vino. n la faceta que me correspondía, intentaba razonar con los restauradores que ofrecer la posibilidad de un desembolso adecuado para el comensal significaba, de un tirón, que consuma otra botella, si ve apetecible el precio; que roten las existencias y, por ende, un más actualizado stock, esencial para referencias que no son de guarda; la satisfacción del boca a oreja y, finalmente, el "sí" al ¡vuelva usted mañana!

* Director de Mesa Abierta