Hace tiempo de esta anécdota que les cuento y pensarán que es broma. Cuando escuché por primera vez lo de "cata vertical", lo que me vino a la mente fue algo así como que las botellas debían estar en esa posición, y no acostadas, o algo por el estilo.

Algo bueno en quien firma este trabajo periodístico, eso creo y defiendo, es que en gastronomía y viticultura -como en todo- consulto el diccionario o pregunto inmediatamente para salir de la duda. "La cata vertical es una sesión donde se prueba el mismo vino -etiqueta, digamos- de la misma bodega, pero de diferentes cosechas o añadas. Es decir, en una sesión se puede probar el mismo vino en cosechas puntuales", me aclaró un buen amigo y sumiller.

Una definición que aprovecho para poner de realce que el Espacio ICB, que presentó en el reciente Salón GastroCanarias un stand que llamó la atención por su diseño vanguardista e innovador, acogió la experiencia única bajo "la batuta" de Julián Chivite, que en persona presentó las añadas 2000, 2006, 2010 y 2012 de todo un icono entre los blancos, el Colección 125.

Máximo rigor. Si ya por el foro gastronómico habían pasado personalidades del mundo del vino como Xandra Falcó o Javier Moro, la presencia de Julián Chivite constituía otro acontecimiento en este tipo de convocatorias, por cuanto la última cata vertical realizada data de 2013 ante la crítica británica, en la capital londinense, y allí se demostró la capacidad de guarda del chardonnay de la bodega canaria.

Un reconocimiento que también destacó la Guía Peñín en la pasada edición, al otorgar la máxima calificación de un vino blanco a un Colección 125 Blanco 2004. El hecho de que un caldo de diez años de vida lo lograra supone para Julián Chivite "que estamos ante el mejor blanco de España y uno de los mejores del mundo, por su capacidad de guarda y además elegante evolución".

Partitura vitícola. La organización minuciosa de la delegada en Canarias de la firma, Isabel Díaz, escoltada por el sumiller Hugo Pérez (subcampeón en el reciente Certamen Nacional de Valladolid), hizo del momento "algo así como estar ante los teclados de un piano", como así describió uno de los catadores, "y con cada añada conformar una bella melodía".

Al margen de las indicaciones de Julián Chivite sobre la variedad chardonnay, las condiciones de la tierra y entornos de la finca Legardeta, así como la elaboración en "batonage" y tipos de barricas para la crianza (aligerando paulatinamente los antiguos matices más marcados de tostados y madera), la "genealogía" del vino habló por sí sola.

En cada fase (visual, olfativa, gustativa) los invitados pudieron captar increíbles e inusuales matices. Increíbles, desde luego, por la rareza que supone hallarlos en tales añadas.

"De tal palo, tal astilla". En un ejercicio interactivo se pudieron hasta emparejar pareceres entre catadores, como el que expuso uno de ellos -por ejemplo- que se inclinaba más por la nariz del 2006 y la boca del 2002. Lo importante es que las añadas 2012 y 2010 ya auguraban que iban a ser dignos representantes de sus antecesores cuando alcanzaran su edad y dentro de la familia de un vino que ha sido equiparado a los grandes blancos del mundo.

Es la tercera vez en la historia de la Bodega, y primera en España, que se realizaba una cata vertical pública de estas características. Todo un lujo, ya que se pudo constatar la evolución y, además, en presencia del bodeguero navarro, gracias al esfuerzo y coordinación de ICB, con Ezequiel Pérez al frente del equipo, y la mencionada Isabel Díaz.