En periodismo, la necrológica es un género que, por lo sui generis, debe contar con un intérprete que aglutine pluma, sensibilidad ante el momento luctuoso, respeto y plasmar el pésame, el sentimiento y la obra del finado con la suficiente calidez.

Crean que yo he comprobado cómo determinados compañeros de la redacción eran capaces de lograr verdaderos ejemplos de genialidad para unos escritos que, además, quedarán en las hemerotecas para la posteridad.

Quería abrir el artículo de hoy con este preámbulo para escribir de un hombre importante de la gastronomía española y que nunca pasó desapercibido pero que nunca quiso alardear ni figurar sino, al contrario, ser eficaz en los arduos vericuetos de la gestión. Juli Soler, que en paz descanse.

Alguno se preguntará quién era Juli Soler, pero si se liga como el alter-ego (y viceversa) de Ferrán Adriá y El Bulli, caerán en que el empresario y mente lúcida fue el que dirigió pasos decisivos para lo que es todo un mito de la restauración mundial.

Con lo de la necrológica quería hacer una apreciación sencilla: la encargaban a quien conocía de forma muy cercana al fallecido o no lo conocían de nada y el escritor de la semblanza tenía necesariamente que hacer sus pesquisas entre familia y amigos para armar una estructura de párrafos de lo más sentidos.

Con Juli Soler, un servidor ni una cosa ni otra. Le estreché la mano en dos, tres ocasiones, casi siempre entre los corrillos de cocineros de esos que se forman espontáneamente en los grandes congresos. Una presentación en Barcelona, otra coincidencia en Madrid.

Pero fue hace dos años, en San Sebastián, cuando salía a la vez con él del hotel donde nos alojábamos. No desperdicié la ocasión: me presenté y en síntesis le conté sobre Canarias y sobre el periodístico que tenía entre manos. Me impresionó su mirada profunda, ojos chispeantes aunque semblante sereno, sonriente; exquisita elegancia al atenderme y, por supuesto, me facilitó móvil y correo electrónico para cuando quisiera llamarle y hacerle una entrevista.

Tuve ese tipo de sensaciones agradables con los golpes de suerte inusitados. Nos saludamos otra vez en las panzas del Kursaal.

Quien sí podía hacer un retrato con conocimiento de hombre y obra, y lo hizo, es el colega catalán Xavier Agulló (7canibales.com), que le dedicaba un recordatorio del que extraigo estos dos párrafos:

"Ya se dijo en los diferentes medios todo lo que Juli hizo y aportó a la cocina contemporánea mundial. No voy a abundar en ello; aunque sí debo decir que fue siempre visionario (desde que de adolescente ya imaginaba y elaboraba sistemas de gestión y escandallo para su padre) e innovador; y que muchas de las cosas que han cambiado la sala y la restauración en estas dos últimas décadas se deben a él".

"...como me dijo Pitu Roca con su rara sabiduría y sensibilidad, después de llorarlo, ahora empezamos a recordarlo sonriendo. Verdad, Pitu. Porque mira que nos reímos... Desde los remotos tiempos, cuando lo conocí mercadeando con discos que se traía del extranjero y que luego vendía a las radios más osadas hasta hace pocos meses".

El titular de Ferrán Adriá, claro y conciso: "Sin Juli no hubiera existido El Bulli".

No tengo por menos que tener este recuerdo por la esta figura carismática y expeditiva de la gastronomía que fue Soler y quedarme también con el "debe" de la entrevista; dejándolo, dejándolo, nunca hice aquella entrevista.

Hasta siempre.

* Director de la revista

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