Los caracoles son un manjar en Marruecos en forma de sopa, pero su fama rebasa las fronteras: cuatro quintas partes de estos moluscos marroquíes se exportan a España con fines gastronómicos.

El 80 % de los 15.000 toneladas que Marruecos produce anualmente de caracoles se exportan vivos a España, explicó a Efe la Federación Interprofesional de Helicicultura (FIH) que esta semana celebró por primera vez el día nacional de los caracoles.

"Los costes de exportación a España son bajos, y esto hace que el precio de los caracoles de Marruecos sean más baratos" dijo a Efe Said Tazi, miembro de FIH, quien subrayó que la federación ha comenzado a enfocarse también en otros mercados que ofrecen mayor potencial como Francia e Italia, que importan por su parte el 60 % de los caracoles que consumen.

Según los operadores del sector y criaderos del caracol, el uso que se hace del molusco marroquí en España es principalmente gastronómico, entre otras cosas porque se exporta en "bruto", sin ningún valor añadido.

El sector de helicicultura (cría y producción del caracol) es todavía incipiente y no estructurado en Marruecos; además, una buena parte de estos moluscos son todavía silvestres, se recogen de los campos de cultivo y huertas por aficionados.

A pesar de su estado silvestre, los observadores insisten sobre el buen estado de estos animales que se someten a control sanitario antes de ser exportados.

Los caracoles se crían principalmente en las regiones del Gharb, Lukus, Tánger y Tetuán (norte y noroeste), y entre las variedades que se crían en el país figura el Helix Aspersa, conocido en España como burgado, y la Eobania vermiculata, otra especie que se denomina en España choneta.

No obstante, los responsables del sector agrícola marroquí decidieron recientemente reglamentar y estructurar este sector con la creación en los pasados dos años de trece granjas para la cría de caracoles en cautividad, además de una unidad para la transformación de este animal.

"La helicicultura es un mercado que crece de forma rápida (...) y la demanda de productos derivados del caracol supera la producción actual, lo que da oportunidades considerables que hay que aprovechar", subrayó Nadia Babrahim, presidenta de la FIH.

Babrahim insistió sobre las posibilidades "gastronómicas y cosméticas" de este animal, como el caviar del caracol o cremas a base de la baba del caracol para la piel o las arrugas.

La especialista marroquí subrayó que el objetivo de la fundación es alcanzar 1.000 granjas de cría del caracol de al menos 1.000 hectáreas en 2020 para elevar la producción hasta 40.000 toneladas anuales de caracoles para responder a la demanda creciente en Europa y en algunos países asiáticos como China y Japón.

Los planes de modernización del sector no parecen poner en peligro la tradición local de la "sopa de bobuch", como se conoce en Marruecos al molusco, con una palabra posiblemente emparentada con la "babosa" española.

En estos días de invierno, no hay nada mejor que un caliente tazón de sopa de "bobuch" que se sirven en puestos ambulantes o pequeñas tiendas en los barrios populares del país que se sirven casi siempre por la tarde.

"Abrimos por la tarde porque es el momento en el que la gente sale del trabajo para tomar un bol de caracoles con caldo que les da calor y les relaja después de un día laborable", cuenta a Efe Ahmed, un veterano vendedor de caracoles mientras sirve la sopa a los clientes.

La tienda pequeña de Mohamed, escondida en un callejón sin salida en la medina de Rabat, no tiene pérdida para los clientes que reconocen fácilmente el sitio atraídos por los olores que se desprenden del caldo de la sopa (que se le echa tomillo, orégano, menta, anís y jengibre, entre otros).

Ahmed, que se dedica al oficio desde hace quince años, se jacta de las virtudes sanitarias de los caracoles que se alimentan esencialmente de los vegetales de los huertos.

Un tazón de sopa de caracoles vale entre 5 y 10 dirhams (entre medio y un euro) y cada comerciante necesita hasta diez kilos diarios de estos animales para satisfacer la demanda.