Tres coincidencias entre el Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez y el maestro de la comunicación Jesús Hermida: los dos nacieron en la provincia de Huelva. Ambos fallecieron con 77 años. Y los dos eran dos grandes contadores de historias. A esto se suma que "Platero y yo" era la obra favorita de Hermida.

Ahora reléala imaginando a un hombre con un gran fleco, voz cadente, entonación. Silencios y gesticulación, hasta llegar a sobreactuar en algún momento.

Así era Hermida, con un amplio currículum profesional. Primer corresponsal de TVE en Nueva York, lo que le permitió retransmitir la llegada del hombre a la Luna. Pasó del blanco y negro al color; de la televisión pública pasó a la privada.

Fundador y primer presidente de la Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión Española, en 2010 abrió la escuela que durante décadas limitó a la pantalla, el centro Tracor, donde impartía clases viernes y sábados, en colaboración con la Universidad CEU San Pablo, de Madrid. Los viernes tocaba lección magistral de Hermida; los sábados, prácticas.

Hermida sometía a sus aspirantes a alumnos a un castin.

Entre los pupilos, Déborah Sabina (Santa Cruz de Tenerife, 1976), que ante la imposibilidad de acceder directamente a Periodismo en la Universidad de La Laguna -porque solo impartía el segundo ciclo-, compartió su pasión por la comunicación (presentando 40 Principales o Chiquito Club) con la formación como ingeniera técnico en electrónica, hasta obtener el grado superior.

Sus ansias por mejorar la llevaron a la escuela de Hermida. En el castin, la primera prueba fue presentarse sin decir cosas como soy simpática o me gustan los gatos. Había que contar una historia, con gancho y sorprender. Y Déborah dirigió un mensaje a una amiga para acabar diciendo que esperaba que le gustara porque llevaba un minuto hablando para presentarse. Valoraba la prueba Begoña, pareja y compañera inseparable de Hermida.

Y Déborah la superó y fue convocada a otra: presentar un programa musical. Al término del examen, desde el fondo del pasillo apareció el mismísimo Hermida, que le dijo a la chicharrera: "Déborah, he venido a verte". Y le pidió que repitiera la prueba, solo que, al finalizar, Hermida le advirtió: "Vine a ver a la primera Déborah". Y así fue. "Déborah, tienes un don. A ver qué vas a hacer con él", le dijo Hermida, y se marchó.

Déborah se trasladó todos los fines de semana de un curso hasta Madrid para asistir a clases. Nieves Herrero, Javier Reyero, Vicente Valdés, Luis Larrodera... fueron algunos de los profesores, junto a la participación puntual de profesionales de la comunicación como Silvia Jato, Jaime Cantizano o Cristian Galves, entre otros. Eso eran los sábados. El viernes tocaba la lección magistral de Hermida.

"Cada día te sorprendía", recuerda Déborah. "No conocí a la persona, sino al personaje". A cada clase acudía como un pincel. No sobraban palabras y su discurso estaba lleno de citas de gente importante que apoyaba con anécdotas.

En cierta oportunidad, Déborah tuvo un encontronazo con Hermida porque ella le recriminó la forma en la que ensalzó a un compañero por ser el único que había hecho televisión. La chicharrera le recriminó que no se hubiera leído su currículum. El maestro le pidió perdón. Todos los días llevaba un reloj de bolsillo diferente. El día del rifirrafe, Hermida lo sacó y se lo regaló. El siguiente fin de semana, comenzó contando otra de sus historias, la de una joven que padecía "cursillitis" por saber disciplinas como patinar, kárate, inglés... Estaba definiendo a Déborah. Se había leído su currículum y era su forma de reiterar su desagravio.

En otra ocasión, tuvo la oportunidad de incomodarlo cuando Déborah se atrevió a preguntarle si realmente el hombre había llegado a la Luna, o todo fue un montaje dada la perfección de la retransmisión. "Señorita, yo estuve allí. Lo vi. Tuvimos serios problemas, porque hasta tuvimos la interferencia de una señal japonesa", le dijo mientras Begoña miró a Déborah. Sus ojos delataban que le advertían que le había tocado la fibra a Hermida.

Hermida era un gentleman, según lo define Déborah, que tiene grabada su imagen con un sombrero panamá y las gafas de sol para intentar pasar desapercibido y vivir en su mundo. Un personaje pintoresco, capaz de encargar una pieza informativa de Mozart sin nombrarlo. Delicado, correcto y educado, y generoso a la hora de sorprender y felicitar el trabajo que le agradaba.

En la graduación, Déborah recuerda el discurso de Hermida. El padrino de la promoción era el presidente de Coca Cola España. En su intervención, recordó sus paseos por el Central Park y le sorprendió una gran valla. Y concluyó: "Que nadie os quite lo más importante que tenéis: la chispa de la vida".

Como Hermida dijo a Mariló Montero: "Sabemos cuál es nuestro primer programa pero no podemos decir cuál es el último". El pasado martes fue la noticia. La única que no contó.