"Llevábamos tres días viviendo en el garaje, bajo tierra, por miedo a las bombas y porque las bombas han roto todos los cristales de mi casa y no podemos soportar el frío..., no hay electricidad, los niños se me morían". Ala el-Atawne, de origen ucraniano y vecina de Gaza desde su matrimonio con un palestino en 1997, era este viernes, junto a sus cuatro hijos, una de los 270 civiles con pasaporte extranjero a los que Israel permitió excepcionalmente abandonar la franja. Sin asomo de alegría, rusos, ucranianos, moldavos o turcos, -en su mayoría menores con sus madres, que dejan en la franja a sus maridos-, salían por el cruce de Erez con el drama en la cara. La previsión era que fueran 443, y el temor es que tras esta evacuación, Israel lance sobre Gaza sus tanques sin riesgo de llevarse por delante a un extranjero. Pero a pesar de la amenaza, muchos de los que estaban apuntados en la lista para poder huir, ni siquiera acudieron de madrugada a los autobuses que les desplazaban a la frontera.

La pesadilla de no poder regresar jamás quita las ganas de salir de Gaza. Caso que argumenta el médico Usama Said Aklouk, cuya familia podría volver a España porque su primera hija nació en Málaga, donde él estudió. De los 49 residentes en la franja con pasaporte español, sólo tres han pedido la evacuación: la sevillana María Velasco, casada con un palestino, su hijo de dos años y su hija Halima, de 24. Ayer se quedaron con las maletas hechas, porque, -a pesar de los esfuerzos de las Embajadas españolas en Ammán y en Tel Aviv y el Consulado General en Jerusalén-, el Gobierno de Israel aún no había autorizado la coordinación de su viaje al exterior, que solicitaron desde hace un mes. "Lo normal es que Israel ni conteste, pero seguimos trabajando y esperamos sacarles el domingo", explicaba una voz oficial. En tanto, dice Halima por teléfono, el niño, como los de Ala el-Atawne, se les muere de frío.