Mago de la predicación y adalid del uso de internet como instrumento de movilización y combate, la muerte hoy del imán Anuar al Awlaki supone una duro revés para la red terrorista internacional Al Qaida, ya que le priva de una de sus mentes más brillantes.

Nacido en 1971 en el estado meridional norteamericano de Nuevo México, el clérigo era la encarnación cabal de las contradicciones que inclinan hacia el extremismo más radical y militante a jóvenes musulmanes educados y de clase privilegiada.

Hasta la edad de siete años creció en esta zona de Estados Unidos, donde su padre, futuro ministro yemení de Agricultura, cursaba estudios universitarios sobre economía.

Ya en Yemen, y a la edad de 12 años, entró a estudiar en una de las madrasas (escuelas religiosas) más radicales del país, en la que se formó en el estudio de El Corán y la sunna (tradición islámica) a través de los escritos de ideólogos ultra radicales como el egipcio Sayed al Qutb o el saudí Ibn al Wahab.

De regreso a Estados Unidos, se licenció en ingeniería civil por la Universidad del estado de Colorado y adquirió el título de máster en Educación en San Diego.

Fue en territorio norteamericano, e influenciado por otro de los alfaquíes de la lucha armada islámica, el jeque ciego egipcio Omar abdel Rahman -encarcelado en Estados Unidos tras un fallido intento de atentado contra las Torres Gemelas en 1993- donde comenzó su fértil actividad como predicador.

Su vehemencia y su verbo cautivador, enraizado en la más profunda tradición poética de los primeros tiempos del islam, pronto atrajo a un grupo numeroso de musulmanes establecidos en todos los rincones de Norteamérica.

Entre ellos, tres de los 19 terroristas que el 11 de septiembre de 2001 estrellaron varios aviones en Washington y Nueva York y con su horror cambiaron el mundo: Jaled al Midhar, Nawaf al Hazmi y Hani Hanjour.

Los atentados pusieron los ojos de la CIA y el FBI sobre el propio Awlaki, cuya actividad misionera era ya objeto de suspicacias de parte de los servicios secretos estadounidenses y que le acusaron de ser uno de los responsables de la matanza.

En los años anteriores, ambas agencias de seguridad habían advertido que, además de los sermones incendiarios, Al Awlaki servía de puente bancario para financiar actividades radicales.

Acosado por las autoridades norteamericanas, que sin embargo no pudieron hallar una conexión directa entre Al Awlaki y la masacre del 11-S, en 2002 se trasladó al Reino Unido, y desde allí, dos años después, regresó a Yemen, donde se unió a la cátedra terrorista del imán radical Abdul-Majid al-Zindani.

Sin embargo, no dejó de lado su actividad de reclutamiento, si no que la potenció a través de internet y en particular de las redes sociales, que entendía como el mejor de los semilleros para la captación de muyahidines en todo el mundo.

Aún este viernes, escasas horas después de su muerte en una operación aérea conjunta yemení-estadounidense, sus vídeos viajan por la red y se encuentran entre los más visitados, junto a su blog, pese a que hace un año la Casa Blanca pidiera a canales como Youtube que los retirara.

Su frenética actividad en la red le convirtió a finales de la presente década en uno de los hombres más influyentes de la red Al Qaeda, hasta el punto de que su nombre se barajó meses atrás como eventual sucesor de su fundador, Osama Bin Laden, asesinado en Pakistán.

Entre 2005 y 2010, Al Awlaki expandió con éxito la organización de Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP, en sus siglas en inglés), hasta convertirlo, en palabras del entonces general estadounidense para la zona David Petreus, en el "enclave regional más peligroso de la yihad regional".

Una definición que llevó a Estados Unidos a exigir en numerosas ocasiones a su aliado yemení, el presidente Alí Abdulá Saleh, su captura y entrega, y a intentar matarlo con operaciones secretas como el ataque fallido con aviones no tripulados del pasado mes de mayo.

Yemen lo detuvo en 2006, y al parecer permitió que la CIA lo interrogara, sin embargo lo puso en libertad, pese a la demanda de la Casa Blanca de que prolongara su arresto.

Una exigencia que siempre incomodó al mandatario, atrapado entre la necesidad de contentar a su patrón estadounidense y la de no irritar a los actores internos, tanto en el terreno del radicalismo yemení como en el propio gobierno.

Emparentado con la familia del primer ministro yemení, Ali Mohamad Muyur, el clérigo se había establecido en la aldea nativa de sus padres, Shabwa, donde vivió en aparente tranquilidad con su mujer y su hijo.

Sin embargo, su supuesta implicación en un fallido intento por hacer estallar un avión en Detroit en 2009, llevó a la Administración estadounidense a redoblar su presión y al presidente Barack Obama a autorizar su asesinato un año después.

Todo apunta a que la inestabilidad que vive Yemen, sacudido desde hace meses por violentas protestas populares hijas de la llamada "primavera árabe", habría sido la causa para que Saleh haya cerrado los ojos a las ambiciones norteamericanas.