Todo aparenta normalidad en Deraa, la cuna de la rebelión siria: las tiendas están abiertas, los niños en el colegio, las mujeres pasean... Solo la voz de un joven, que comienza a hablar atemorizado y acaba a gritos, rompe la quietud.

"¡Nos están matando! Todos los sirios pensamos así, pero no nos atrevemos a decirlo. Necesitamos su ayuda", implora este joven, que no dice su nombre, al grupo de periodistas internacionales que visita su ciudad en un viaje organizado por el Gobierno sirio.

Ni la presencia de agentes de la seguridad de paisano en una céntrica plaza de Deraa consigue silenciar al joven, pese a los reproches de los amigos que le aconsejan que baje la voz.

"Hoy he visto en la televisión que están bombardeando Homs y que han derribado dos edificios de varias plantas. Aquí los militares han cambiado sus carnés de identidad para pasar por policías, pero pertenecen al ejército", prosigue.

Pocos se atreven a compartir esa opinión, al menos en público.

En un susurro a la oreja del periodista, otro muchacho subraya: "No creas nada de lo que te digan", mientras señala a los presuntos agentes de paisano.

La versión oficial, facilitada por el gobernador de la provincia, Mohamed Jaled al Hanus, habla de que en esta provincia meridional del país han muerto al menos el doble o el triple de soldados y policías que de insurgentes.

Varios edificios oficiales en Deraa muestran la huella de once meses de violencia, desatada después de que, el 18 de marzo del año pasado, miles de vecinos de la ciudad salieran a la calle para pedir reformas al régimen del presidente sirio, Bachar Al Asad.

"No se puede dialogar con la fuerza de las armas", insiste Al Hanus, que atribuye a las televisiones por satélite árabes como Al Yazira el tremendismo al hablar del número de víctimas.

Las autoridades muestran la sede de la radiotelevisión, calcinada en un ataque en abril; el palacio de justicia, también carbonizado; y un importante arsenal de armas incautado a los rebeldes, entre las que hay ametralladoras, explosivos caseros, detonadores y fusiles de asalto tipo kalashnikov.

Según el gobernador, las peticiones de los manifestantes fueron atendidas después de varias reuniones con las autoridades, pero estos se olvidaron de sus demandas y pasaron a reclamar directamente la caída del régimen.

El 20 de marzo, el presidente Bachar al Asad destituyó al máximo responsable de la provincia "a la luz de los errores mortales que se cometieron al tratar con los manifestantes", y designó al actual responsable.

"Los países del Golfo quieren fragmentar Siria y están a las órdenes de los estadounidenses", señala Al Hanus, haciéndose eco de las acusaciones que vierte tradicionalmente el régimen de Damasco sobre, especialmente, Arabia Saudí y Catar.

El propio gobernador reconoce que aunque en la superficie parezca que no pasa nada, "si se mira debajo, hay organizaciones extremistas que dan órdenes para sembrar el caos, y que están siendo obedecidas por un porcentaje de la población".

Resulta complicado cotejar las palabras de la máxima autoridad de la provincia con los vecinos de la ciudad; la mayoría huye en cuanto se acerca un periodista.

Pero hoy es un día más "normal" que otros, como reconoce un joven identificado como Abdel, que se muestra sorprendido ante la escasez de fuerzas de seguridad en la calle y la ausencia de disparos.

De salida de la ciudad, con los periodistas abandonando ya el lugar, Deraa recupera su verdadera normalidad.

Siete carros de combate y vehículos blindados, además de dos camiones llenos de soldados, se cruzan con el convoy de los periodistas en dirección hacia la ciudad, preparados para nuevos combates.