La fecha oficial del estallido de la revuelta que acabó con la vida y el régimen de Muamar al Gadafi es el 17 de febrero de 2011, sin embargo, la detención dos días antes en la ciudad oriental de Bengasi del joven abogado y activista Fathi Tarbul, provocó la precipitación de los acontecimientos.

El 15 de febrero "la gente ya empezó a gritar en la plaza Al Shayara de Bengasi los mismos lemas que se habían coreado en las revoluciones de Túnez y Egipto", aseguró Tarbul en una larga conversación telefónica desde Bengasi, la que fue durante algo más de ocho meses la capital de los rebeldes.

"La razón de mi detención fue que yo estaba a la cabeza de un grupo de familiares de víctimas de presos de (la cárcel) de Abu Salim y salíamos todas las mañanas de los sábados para pedir que se supiera la verdad sobre la matanza de los internos", explicó Tarbul con la voz cansada y entre largas toses que interrumpían la conversación.

Desde junio de 2008, cumplían con el mismo ritual y, una vez a la semana, se juntaban frente a los tribunales de Bengasi para pedir justicia.

Con la caída del dictador tunecino Zine el Abidine ben Ali el 14 de enero y la del egipcio Hosni Mubarak el 11 de febrero se convocó en Bengasi una manifestación para el jueves 17 de febrero.

El motivo original de esta convocatoria era conmemorar los cinco años de la muerte de 11 personas durante la represión de una manifestación frente al consulado italiano de Bengasi, organizada en protesta por una acción del ministro italiano para las Reformas Roberto Claderoni, que había mostrado una camiseta con unas caricaturas de Mahoma.

"El sábado anterior al 17 de febrero, el día 12, se celebró una reunión ordinaria de las familias de los presos. Acordamos salir a la calle el jueves 17 en solidaridad con las familias de las víctimas que murieron frente al consulado italiano", relató.

Pero sus exigencias irían más allá: "Decidimos participar por solidaridad, pero también para pedir libertad, ley y reformas", dijo Tarbul, cuyo activismo lo llevó cinco veces a la cárcel, la primera cuando todavía estudiaba en el instituto.

Las autoridades decidieron entonces detener al abogado el día 15, con la intención de que desconvocara la protesta.

Sin embargo, al extenderse la noticia de su detención, se convocó una manifestación espontánea para pedir su liberación.

Durante la concentración y otras que le siguieron el día 16, "las familias comenzaron a utilizar los lemas de las revueltas tunecina y egipcia. Esos lemas llegaron hasta la plaza Al Shayara, donde, según Tarbul, por primera vez se pronunció el grito: "El pueblo quiere la caída del régimen".

El mismo día 16, las protestas se extendieron a otras localidades del este y el oeste del país. Una jornada después, coincidiendo con la fecha original de la convocatoria el levantamiento se generalizó en todo el país.

"Desde el primer día supe que la corriente que había comenzado el 15 de febrero no se podía parar, aunque sabía que el régimen libio era sangriento y violento", indicó.

Miles de personas "sacrificaron" sus vidas en el camino, hasta que la revuelta triunfó definitivamente el 20 de octubre de 2012, con la caída del último bastión, Sirte, y la muerte de Gadafi.

Tarbul atribuye el origen de las dificultades de la transición a las cuatro décadas de dictadura gadafista.

"El régimen imprimió su cultura durante cuarenta años, destruyó la infraestructura básica del país, lo dejó sin instituciones, acabó con la cultura, aisló a Libia del mundo...", relató como si recitara las cuentas de un largo rosario de desgracias muchas veces repetidas.

A estos problemas, sumó la proliferación de armamento como consecuencia de la rebelión, la necesidad de controlar las fronteras o el surgimiento de conflictos reprimidos durante la época de Gadafi.

"Pero los libios pueden superar estos retos", subrayó, antes de ponderar que han empezado a surgir partidos políticos, que los medios de información se extienden por todo el país y que Libia cuenta con una gran riqueza de culturas.

"Libia avanza por el camino correcto hacia un estado democrático y de derecho", sentenció convencido.

En este sentido, confesó que no le preocupan en exceso los cada vez más comunes enfrentamientos entre milicias.

Para Tarbul es una cuestión que "quizá los medios de información han exagerado". Según él, hay encuestas que apuntan que entre un 70 y un 80 por ciento de los milicianos están esperando la oportunidad para incorporarse a los cuerpos de seguridad.

No obstante, y a pesar de su convicción de que Libia avanza por la senda correcta, confesó que "no está claro que la celebración de las elecciones en la fecha prevista se pueda llevar a cabo".

Tarbul piensa que el Consejo Nacional Transitorio "es incapaz de imponer unos criterios claros para la elección de los 200 miembros" que formarán el futuro Consejo Constitutivo, que se elegirá a mediados de año.

Además, también duda de que haya tiempo suficiente para organizar el proceso electoral, emitir una nueva ley que regule el proceso, organizar los medios de información o completar la creación de los aparatos de seguridad.

"Hay cosas que todavía no están claras, creo que el tiempo no es suficiente", advirtió.

Tarbul considera que la precipitación de las fechas, fijadas en una hoja de ruta el pasado agosto por el Consejo Nacional, podría dar "resultados no deseados".

Para evitarlo, es partidario de "extender al menos un año los plazos, para que la situación sea más oportuna", para que el camino de la transición libia llegue al puerto que sus ciudadanos desean.