El expresidente alemán Christian Wulff se despidió ayer con un toque de retreta militar, salpicado desde la calle por el fragor de atronadoras vuvuzelas, en protesta por el escándalo de corrupción que persigue al dimitido político y que ha hecho mella en la credibilidad del primer cargo del país.

La marcha nocturna de soldados con antorchas adoptó así perfiles casi humillantes, más que de honor, en la que Wulff se vio arropado por Angela Merkel -la canciller y líder de la Unión Cristianodemócrata (CDU) que lo colocó en la presidencia en junio de 2010- y por unos dos centenares de invitados.

Mientras en el patio del Palacio de Bellevue, la sede presidencial, Wulff y su esposa Bettina aparentaban aplomo, de la calle llegaba el retumbar de las trompetas de plástico arquetípicas del Mundial de Sudáfrica 2010, portadas por unos 250 ciudadanos convocados por internet.

Dentro del palacio, en la recepción a puerta cerrada, Wulff agradeció la asistencia de los presentes, admitió que cuando accedió al cargo nunca imaginó que lo dejaría prematuramente "y de esta forma" y dijo que afrontaba la nueva etapa que se abre en su vida "con curiosidad".