El escenario político en Grecia presenta una creciente inestabilidad por la dificultad para formar un gobierno, debido a la fragmentación del parlamento que el domingo salió de las urnas helenas.

La Coalición de la Izquierda Radical (Syriza), segunda fuerza política tras las elecciones del domingo y encargada hoy de formar gobierno tras el fracaso de los conservadores, entiende que el voto popular es un mensaje político contra las medidas de austeridad impuestas a Grecia por la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional).

Esta postura contradice el acuerdo cerrado por la anterior coalición gubernamental de socialistas y conservadores, encabezada por el tecnócrata Lukás Papadimos, que veía la segunda inyección de 130.000 millones de euros como el ancla de salvación para satisfacer los pagos de una buena parte de la deuda soberana del 170 % del PIB a principios de año.

Ante la falta de liquidez a partir del verano, cada vez se escuchan más voces en los foros financieros sobre una posible salida de Grecia de la zona euro, pese a los desmentidos más o menos convincentes que salen de Bruselas.

De los 266.000 millones de euros de la deuda helena, el 73 por ciento está controlado por la troika, según fuentes la oficina gestora de deuda griega, lo que da una magnitud de la pérdida de soberanía del país mediterráneo.

Un llamamiento destinado a crear aún más inseguridad en círculos comunitarios y entre inversores institucionales es el llamamiento hoy del líder de Syriza, Alexis Tsipras, a que los miembros de la anterior coalición de gobierno, los socialistas del Pasok y los conservadores de Nueva Democracia, se unan al boicot contra el plan de rescate.

Estos dos socios no lograron el domingo formar gobierno por falta de una mayoría absoluta y han quedado fuera de la escena política, por el momento, a la espera de que Tsipras concluya hasta el jueves la ronda de contactos exploratorios sobre un nuevo ejecutivo.

Para más enjundia, Tsipras ha pedido a los jefes del Pasok, Evángelos Venizelos y de Nueva Democracia, Antonis Samarás, que se desdigan ante Bruselas del plan de rescate al que se comprometieron por escrito.

Pero el camino de Tsipras hacia un gobierno será cuanto menos rocoso, y si no imposible. La izquierda griega ha estado tradicionalmente dividida y la crítica situación política actual no es una excepción, si bien se ha hablado de crear un gobierno de salvación nacional, inédito en tiempos modernos.

De entrada, la dirigente de los comunistas del KKE, Aleka Papariga, ya ha descartado una alianza con Syriza, encabezado por Tsipras, un carismático político de 37 años, que se considera una promesa frente los habituales dirigentes, y cuyo adjetivo más benigno es el de "desgastado".

En esta categoría colocan muchos analistas griegos a Andonis Samarás, el jefe de Nueva Democracia, quien hoy se vistió el traje de estadista.

En alusión a la petición hecha por Tsipras a que Samarás renuncie al memorándum firmado con Bruselas sobre las medidas de rescate, le contestó que Tsipras "está pidiendo que ponga mi firma para destruir a Grecia. No lo haré", aunque dejó la puerta entreabierta a un gobierno minoritario.

De fracasar Tsipras en sus esfuerzos de formar gobierno la versión de un ejecutivo minoritario podría cobrar fuerza, para evitar, en el peor de los casos tener que convocar nuevos comicios legislativos a un electorado exhausto por los constantes tejemanejes en la cúpula del poder griego.

En cualquier caso, las miradas de los dirigentes comunitarios estarán puestas en los próximos días en los vaivenes del poder en la capital helena, de cuya conducta depende no solo la solvencia del país, sino su permanencia en la eurozona, un aspecto que levanta cada vez más dudas, a juzgar por los comentarios de analistas financieros.